Cómo es volver a clases en medio de la pandemia

Durante los últimos dos meses, los estudiantes de la Aldea Educacional Rapa Nui, que en el pasado fue utilizada para segregar a leprosos, han podido ir a clases presenciales en medio de la pandemia de coronavirus. La directora de uno de los primeros establecimientos en Chile en retomar las clases presenciales cuenta cómo ha sido adaptarse a hacer clases en jornadas más cortas, con menos niños por sala, separados entre sí y con mascarillas cubriéndoles las bocas.



Entre una y dos semanas de clases alcanzaron a tener la mayoría de los niños, niñas y adolescentes a lo largo de Chile antes de que el Ministerio de Educación oficializara la suspensión de las actividades escolares debido a la expansión de casos de coronavirus en el país. Sin embargo, existe una comuna que desde inicios de julio tiene a sus alumnos en sus salas, con mascarillas en las caras, horario diferido, buses de acercamiento y sanitización diaria.

Katherine Ringeling nació y se crió en Valparaíso. Cuando estaba en el colegio, en Quilpué, conoció a un joven rapanui. Fueron compañeros hasta cuarto medio, y comenzaron a pololear cuando estaban en la universidad. Ella estudió Pedagogía en Ciencias, mientras que él, Ingeniería. Actualmente, cuando la relación cumple 23 años, ambos continúan en la región de Valparaíso, pero en la comuna que queda a 3.700 kilómetros del continente americano. Tras llegar a Rapa Nui en 2003, Ringeling hizo clases de Biología por 11 años, hasta que la nombraron directora de la Aldea Educacional Rapa Nui Hona’a o te Mana, recinto que durante el siglo XIX fue utilizado como un leprosario.

Uno de los mayores desafíos que le ha tocado experimentar como directora del recinto fue en marzo de este año, cuando aparecieron los primeros casos confirmados de coronavirus en la isla. Ella y el equipo docente a su cargo sintieron mucho miedo, porque no se sabía con seguridad cuántos contagiados había. Su primera reacción fue mandar a todos los funcionarios y alumnos a sus casas.

Empezaron a trabajar por WhatsApp y también subieron material pedagógico a YouTube y Facebook. A algunos alumnos les acomodaba, pero la mayoría necesitaba estar en clases presenciales y se lo hacían saber a si directora.

–Los profesores son importantes en el proceso de formación de los niños y no vamos a ser reemplazados por un computador–, afirma Ringeling.

Tras no detectar nuevos casos por 100 días en la isla, el 1 de julio los alumnos de la Aldea Educacional Rapa Nui Hona’a o te Mana, de 417 estudiantes entre séptimo y cuarto medio, y de los demás recintos educacionales de la comuna insular volvieron a sus clases. La reapertura se logró luego de que el alcalde de la comuna, Pedro Pablo Edmunds, enviara una carta al ministro de Educación para solicitarla, en consideración del tiempo que llevaban sin contagios. Las autoridades aprobaron la petición, siempre y cuando se cumpliera con las medidas sanitarias que exigieron.

Para la directora Ringeling, la posibilidad de reabrir la Aldea significó una gran alegría.

–Estábamos muy angustiados, porque no podíamos llegar a nuestros niños y ellos nos pedían hacer las clases, porque en la isla el internet es súper malo–, recuerda.

Como la señal es intermitente, en la Aldea se trabajaba de forma remota en base a guías, pero para algunos de los alumnos era complejo, pues no tenían a quién hacer preguntas si quedaban con dudas, y se veían obligados a tener que ir al colegio, para solicitar la ayuda de los profesores que cumplían con turnos éticos.

La reapertura del colegio

Katherine Ringeling, directora de la Aldea Educacional Rapa Nui Hona’a o te Mana

Aunque en la isla solo se confirmaron cinco casos durante marzo, las medidas de precaución se mantienen hasta el día de hoy y permiten que los niños vayan a sus clases de forma segura. Implementarlas es un trabajo constante, que día a día la directora debe promover. Todos los funcionarios y alumnos usan mascarilla dentro del colegio, aunque hacen pausas cuando están sentados en los pupitres, porque cumplen con el distanciamiento entre mesas.

El uso de mascarilla durante las clases no ha sido fácil. En un principio, los profesores de la Aldea usaron escudos faciales transparentes, pero solo los aguantaron por un día. Al final de la jornada, terminaron con jaqueca. Desde entonces, se limitan a usar mascarillas. De todas formas, para evitar dolores de cabezas en los docentes, se ha flexibilizado su uso mientras se esté en clases, siempre y cuando se respete el distanciamiento con los estudiantes.

Para lograr el distanciamiento, a excepción de los cuartos medios, los alumnos no van todos los días al recinto y se dividieron los cursos en dos grupos. Los terceros van tres días a la semana, segundos medios, octavos y séptimos, dos. Como máximo, admiten a 22 niños distanciados en las salas más grandes. En las más pequeñas, que son las más numerosas, a 16.

El colegio está inserto en 28 hectáreas de terreno, con amplias áreas verdes, lo que ha facilitado que los estudiantes no tengan que estar juntos y que los recreos no sean diferidos. Incluso han podido hacer actividades al aire libre, como caminatas y salidas a terreno, en el caso de quienes estudian técnico profesional en turismo, también con las condiciones sanitarias necesarias.

Como las medidas de precaución son estrictas a pesar de que no ha habido nuevos contagios desde marzo, la directiva del colegio continuamente debe insistir en que se cumplan, pues la preocupación de los estudiantes ha disminuido al percibir que la isla es un lugar seguro. Incluso les ha pasado que algunos alumnos se resisten a cumplir con los protocolos sanitarios.

–Primero se conversa, se le explica e inmediatamente ellos recapacitan y lo entienden, así que se vuelven a poner la mascarilla. Son pocos los casos en que hay que llegar a hablar con los papás, porque en general son obedientes–, sostiene la directora.

Aunque los vuelos turísticos hacia la isla han estado suspendidos, sí han podido llegar residentes, mayoritariamente estudiantes, que estaban en el continente y que necesitaban volver a sus casas. Cuando el avión llega, la Aldea suspende sus clases presenciales por 14 días.

–Cuando abrimos el colegio, una de las condiciones era que cuando llegaran los aviones, nosotros teníamos que parar por dos semanas, en conjunto con la que gente que viaja en el avión–, dice Ringeling. De esta forma, se previene que los alumnos se contagien con los recién llegados.

Los períodos de pausa académica se aprovechan para que los profesores perfeccionen su uso de plataformas digitales, pues, a pesar de que los alumnos pueden ir a clases, el material digital sirve para compensar las horas que se recortaron de la jornada escolar.

–Este es un cambio de paradigma en la educación. No es como antes, no va a ser como antes. Hay que apoyar a los profesores en ese sentido–, afirma la directora.

Educar en medio de la pandemia

A pesar de que las condiciones son desafiantes, la directora reconoce que tanto la disciplina como el aprendizaje han mejorado en la nueva modalidad de clases que tienen. Como son menos horas de clases a la semana, es clave que las horas pedagógicas sean eficientes.

–Los niños ponen más atención, porque quieren aprender. Van súper contentos dos días y después vuelven a la otra semana. Se va más lento, pero el aprendizaje es más efectivo–, sostiene Ringeling.

Los estudiantes terminan su jornada a la 13:00, para que se pueda sanitizar el colegio con cloro por las tardes. A ellos les gusta salir temprano. La directora ve que van más felices a clases al día siguiente. Como salen antes, suspendieron el almuerzo en el colegio y hacen llegar las canastas familiares con alimentos a las casas cada 15 días. Así evitan que los jóvenes se reúnan en el casino.

Antes del coronavirus, a los niños les gustaba aprovechar la hora de almuerzo para jugar a la pelota, pero ahora es imposible. El primer recreo es de 20 minutos, y se aprovecha para tomar desayuno. El segundo, y último desde que se suspendió el almuerzo, dura 15. Como los recreos son cortos y no alcanzan para un partido, se han organizado en bandas y reemplazaron las pelotas con guitarras y ukeleles, para tocar música rapanui antigua que logra emocionar a la directora.

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