El relato en primera persona de la emboscada al embajador chileno en Haití

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Miembros del equipo de seguridad de la Embajada de Haití en Chile. De izquierda a derecha: Yoshua Toledo, Cristian Santibañez, Alexis Muñoz y Gary Muñoz.Foto: PDI

El 27 de marzo pasado, cinco policías de la PDI y Carabineros repelieron el primer atentado en contra de una comitiva diplomática en la isla.


"Muchachos, racionalicemos tiros", grita el asistente policial de la PDI, Gary Muñoz, mientras permanece parapetado detrás de un pequeño muro de 50 centímetros de alto por dos metros y medio de ancho. Durante una actividad de América Solidaria en la localidad rural de Boutin en Haití, al menos cinco personas emboscan a la comitiva chilena liderada por el embajador Patricio Utreras y su esposa Brenda Iriarte. La mayoría de los atacantes usa armas cortas. Pero la principal amenaza es un hombre de pelo largo con rastas y polera blanca, quien dispara sin parar una Avtomat Kalashnikova modelo 1947, el famoso fusil ruso AK 47.

Cada uno de los cinco integrantes del equipo de seguridad de la embajada cuenta con una pistola y dos cargadores con 15 tiros cada uno. A priori, insuficiente para enfrentar un poder de fuego desconocido. "No había que gastar todas las municiones, porque al momento que dejamos de disparar no teníamos nada que hacer", relata Muñoz, quien conforma el grupo junto al subcomisario Alexis Muñoz, los asistentes policiales, Cristian Santibañez y Yoshua Toledo, y el sargento segundo de Carabineros Óscar Farías.

Los platanales

Es mediodía del miércoles 27 de marzo. La comitiva chilena participa de una actividad del programa "Wash" de América Solidaria. Después de estar en dos colegios, donde les dedican canciones y se fotografían con niños, llegan a la tercera etapa del viaje, un pozo de agua contaminada usada para consumo por los habitantes del sector.

Mientras la directora del organismo, Olga Regueira, explica a Utreras el peligro al que se exponen las personas que beben esa agua, la señora Brenda fotografía un árbol que se diferencia de los enormes platanales que los rodea. Todo transcurre de forma normal, hasta ese momento.

De la nada, dos personas aparecen entre la vegetación con machetes de aproximadamente un metro de largo. Muñoz y Santibañez los siguen y les impiden acercarse a las autoridades. Era el primer aviso, pero no el único. En simultáneo, Toledo advierte a los gritos la llegada de una camioneta americana blanca. Un hombre de piel negra y polera roja va en el pick up. El resto se esconde en los vidrios polarizados del vehículo. Se detienen a pocos metros de los chóferes de la comitiva. Cuando bajan no hay diálogo, saludos ni nada. Solo disparos.

Toledo se lanza al suelo sobre el embajador. Farías hace lo mismo con la esposa. Las cuatro personas de América Solidaria y el resto del equipo chileno también se tiran al suelo. Todos se protegen detrás del muro.

La reacción de los policías es disparar a discreción y solo a un blanco seguro. Pero la mente de Toledo mientras responde está en otro lado. Piensa en su madre y en cómo responderá cuando sepa que su hijo murió en Haití. Santibañez entra en un trance similar. Tira y maldice al mismo tiempo. Se recrimina por morir en la isla, lejos de su esposa y sus dos hijos.

Los agresores disparan sin parar mientras se resguardan entre los platanales. "En la camioneta tengo una UZI", grita el sargento segundo Farías. El vehículo está a casi 15 metros de distancia, pero necesita que lo cubran. Junto a Gary Muñoz corren mientras el resto aumenta la cadencia de disparos. Lo logran, pero la llegada a los vehículos no es la mejor. Se encuentran con el cuerpo de Frantz Eliacin, el chofer de América Solidaria. Está de costado sobre un charco de sangre. No saben si aún vive, pero tiene un disparo en la cabeza. Desde abajo de uno de los vehículos aparece Nerva Delva, chofer de la Embajada. Logró ocultarse pese a recibir un disparo en su mano izquierda.

El escape

De un momento a otro los disparos cesan. Al principio hay dudas, pero tienen que aprovechar el momento. Esa pequeña ventana de cerca de un minuto da tiempo al resto del grupo de correr hasta los vehículos. Muñoz comienza a repartir chalecos antibalas y cascos. El embajador y su esposa entran a una de las dos camionetas. Un par de voluntarios de la fundación se dirige a la otra. Pero Regueira junto a otra voluntaria se niegan a abandonar al chófer. Gritan y piden ayuda, no quieren dejarlo a merced de la muerte. Pero son subidas a la fuerza a uno de los vehículos. Hasta hoy, nadie sabe si Eliacin aún vivía o si su suerte fue sellada más tarde. "Si no tomábamos la determinación de salir y nos quedábamos, no salíamos nunca. Les dábamos la posibilidad que se ordenaran o les llegara más apoyo", indicó el subcomisario Muñoz.

El escape debía ser rápido. Sabían que los disparos llegarían desde todos lados. La única salida era por un angosto sendero rodeado de vegetación. Farías y Toledo se hacen cargo de conducir los vehículos. La salida fue a toda velocidad, casi sin mirar el camino. Había que agacharse y acelerar. Las balas rebotan en los vehículos. Pinchan una de las ruedas de los vehículos, pero nada importa a la hora de escapar de la muerte.

Cuando parece que la pesadilla se acaba, un último obstáculo. Una motocicleta cruzada en la mitad del camino. "Tuvimos que pasar por encima de la moto. No se podía perder el tiempo, estábamos en un lugar muy hostil", indicó Toledo.

Los refuerzos

Fueron kilómetros de incertidumbre. Primero pararon en una bencinera y luego en un control de la policía local. Pero nada parecía seguro a esa altura. "Los policías tenían más miedo que nosotros, así que decidimos continuar", recuerda el subcomisario Muñoz, quien toma los primeros contactos telefónicos con otras comitivas extranjeras. De a poco aparece ayuda. La representación argentina rápidamente acudió en auxilio con un coche blindado. Luego, un equipo español se unió a la caravana.

A esta altura la mayor preocupación era conseguir asistencia médica para la mano de Nerva. Encuentran una posta, pero no tenía capacidad para responder a la urgencia. Un lugareño con una pierna amputada también espera ser atendido. Nuevamente deciden continuar. Ahora no se detendrían hasta el hospital de Puerto Príncipe, donde los esperan más policías españoles y argentinos. Aquí recién encuentran la tranquilidad. Hablan con los superiores en Santiago y sus familias. El primer ataque a una comitiva diplomática en la isla termina.

Para el subcomisario Muñoz, el resultado se debe a que fue un procedimiento muy ordenado. "Desde cómo estábamos ubicados, cómo reaccionamos y la forma en que sacamos al embajador y la gente de América Solidaria", señala.

Méritos que fueron premiados en Chile. El pasado 19 de junio, en el contexto de un nuevo aniversario de la PDI, tanto la policía civil como Carabineros condecoraron con honores al grupo de policías. Al unísono de los aplausos, el director general de la PDI, Héctor Espinosa, el general director de Carabineros, Mario Rozas, y el ministro del Interior, Andrés Chadwick, reconocen la tarea.

Pero las luces se apagan y pese a que dos medallas cuelgan del pecho de los efectivos, a las pocas horas deben retornar a la isla. Desde el atentado, la PDI envió psicólogos y más efectivos a la isla. También se reforzó el armamento y el equipamiento de la comitiva. Aunque se les ofreció ir a agregadurías policiales en otros destinos , ninguno aceptó. La decisión del grupo es cumplir con la tarea, pase lo que pase.

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