Columna de Fernando Villegas: Progresistas del mundo, uníos…

Alejandro Guillier elecciones



La debacle de la NM podría haber sido y quizás debió ser peor. Guillier bien pudo recibir muchos menos votos, pero para su fortuna o menor infortunio contó con la inyección de adrenalina que infiltró en las varicosas arterias de la coalición que capitaneaba -"capitanear" es solo un modo de hablar- el contingente de votantes a su favor salido de los "millennials" y el suero de embalsamador de los senescentes políticos que se arriman a esa cohorte etaria en afanosa búsqueda de la Fuente de la Juventud; a ellos se sumó, como siempre se suma, el batallón de los oportunistas y el regimiento de los rabiosos profesionales, viejos militantes y simpatizantes a veces transmutados en ancianos alternativos, valetudinarios que con un vago aire de artistas o artesanos deambulan por la vida con cintillo, cola de caballo, barba cana y aire taciturno. Sumando todo eso fue como Alejandro obtuvo su 45%.

Los pecados capitales cometidos por dicha coalición son suficientes para condenarla a una larga estancia en el noveno círculo del infierno, pero aun así, pese a lo colosal de sus errores, no habrá un acto de contrición; todo señala que sus falencias doctrinarias, reliquias del pensamiento marxista decimonónico, seguirán sin ser devueltas al lugar desde donde nunca debieron ser extraídas, un Museo de la Memoria basado en el perpetuo olvido. Dicho cuerpo teórico está tan muerto como el de Lenin, pero como este puede ser periódicamente reciclado, para lo cual el sector dispone de una técnica tanatológica llamada "autocrítica" ideada y usada en las asambleas del Partido Comunista de la Unión Soviética. En ese entonces se hablaba de "culto a la personalidad" y hoy se habla de "falta de unidad", "mala comunicación", "campaña amateur", "mal liderazgo" y hasta se reprocha al gobierno su gestión, el mismo gobierno al cual hasta hace unos días consideraban testador de un gran "legado". Incluso es posible, como hizo el diputado Gutiérrez, calificar al pueblo como "idiota" y/o "fascistas pobres".

La postura de los jóvenes del FA tiene explicación más respetable o siquiera esperable. Es simplemente normal que cada nueva generación sea protestataria, contestataria, progresista o revolucionaria con un tono y contenido muy dependientes de quién haya sido el primer profeta que les predicó y los capturó ya desde los 15 a 17 años o su equivalente en edad mental. Siendo así, era natural que se volcaran en gran número a esa agrupación y finalmente una parte importante de ellos -pero menos de los necesarios- marcara aunque a regañadientes el número 4.

Peso muerto…

Guillier también contó con un artificio prostético, el vasto contingente del clientelismo estatal creado por la actual gobernante. En este caso votar por Guillier era un tema de supervivencia. Hablamos de miles de ciudadanos incorporados al Estado –más sus familias– y a quienes podemos ahora imaginar haciendo gestiones para atornillarse a sus cargos con toda clase de inamovilidades y/o sembrando currículum para alivianar la Transformación Profunda desde los sueldos de varios palos a cambio de nada a la condición de salarios de mierda a cambio de trabajo. Finalmente, a ellos se sumaron contingentes de políticos profesionales o semiprofesionales de la izquierda y también sus respectivas familias, altos y medianos funcionarios de gobierno y esa ciudadanía, entre porfiada y masoquista, que ha adherido a la llamada causa popular desde su juventud y lo siguen haciendo con la misma persistencia con que las beatas acuden diariamente a misa.

Sumándolos a todos no es poca gente, pero su gravitación "pesa" sólo en el pasivo sentido con que se marcan kilos en una balanza acumulando sobre ella un objeto inerte sobre el otro. Quienes hagan cuentas alegres a base de ese cuerpo exánime serán muy pronto decepcionados. Desde el punto de vista de la dinámica de la historia, ese 45% es solo tara, un bulto voluminoso pero obsoleto, masa electoral similar a la de los votantes que aún le quedan a la Democracia Cristiana -y a los radicales- pese a no representar doctrinariamente nada y a que hoy, peor aun, ni siquiera representa la posibilidad de pitutos. Dicho sea de paso, este hecho tal vez la incentive, como a veces lo hace la pobreza, a un redescubrimiento espiritual de sus raíces.

El fondo del asunto

El trasfondo del descalabro del progresismo -que en su porfía por negar la realidad quiere creerse estratégicamente triunfante porque Piñera tomó, por razones electorales, un par de sus banderas– no son ni el poco trabajo en su territorio favorito, la calle, como tampoco deriva de una mala campaña y/o de la mala gestión del gobierno, el cual súbitamente pasó de la condición de testador de un Gran Legado a la de deudor impenitente. Tampoco es por la "falta de unidad". Esos factores son derivativos, menos causa que efecto. Es verdad que hubo poco ánimo y mala campaña porque hubo desunión, pero hubo desunión porque carecieron de un referente sólido y convincente alrededor del cual unirse; por la misma carencia doña Michelle administró una sistemática mala gestión porque la buena requiere anclaje sólido para diagnosticar y recetar y mano hábil para ejecutar.

Esas fatales carencias derivan, a su vez, del mismo factor fundamental: el colapso del sistema ideológico que sostenía a la izquierda, hoy rebautizada "progresismo". Brutal fue la desintegración del sistema doctrinario de dicho sector, aunque sólo gradualmente se notan sus efectos. Se ha desplomado la visión apocalíptica anunciando inminentes explosiones sociales y/o el fin del capitalismo, ha fracasado por doquier su agenda económica obsesivamente centrada en la repartija y el saqueo de "los ricos", no ha resuelto nada su mórbido malestar ante las desigualdades y siempre lo ha perjudicado todo su desconfianza visceral ante el lucro; tampoco ha tenido éxito su inclinación apasionada por los colectivismos y otras fantasías comunitarias originadas posiblemente en la "Ciudad del Sol", experimento social de una secta protestante del siglo XVI que terminó en degollina, como no han contribuido sus experimentos de ingeniería social llevando inevitablemente al universo del Gulag, al comité de vigilancia de barrio, a una total e intolerable arrogancia ideológica y a un envidioso y resentido desprecio del mundo "burgués"; de esto último tenemos muestras al por menor en los dichos de Gutiérrez o de Francisco Vidal, este último en versión aun más "popu".

Ante tan notorio derrumbe, los progresistas criollos han ido sustituyendo algunos ítems o denominaciones del viejo y tradicional producto; de profesarse de izquierda pasaron a proclamarse progresistas, de tener doctrina hoy enarbolan una "narrativa" y de proponer planes quinquenales o programas de verdad ofrecen listas de lavandería e incisos de quita-y-pon; ya no se trata, en suma, de un pensamiento articulado sino de balbuceos indignos del pasado que tuvo la izquierda en este y otros países. Incluso, un burdo monumento en el estilo del realismo soviético tiene alguna dignidad si reposa en sí mismo, pero los pigmeos de academia y pasillo de hoy no han sabido sino ofrecernos souvenirs de plástico.

Cosmogonía en reversa

Por milenios se creyó que el sol orbitaba alrededor de la Tierra y se sostuvo dicha creencia con argumentos cada vez más especiosos, pero hasta la Iglesia ya ha reconocido -con un pequeño atraso de cuatro siglos- que Galileo estaba en lo cierto. ¿Sucederá lo mismo con las doctrinas progres que han acaparado la atención desde la Primera Internacional en adelante, salvo el paréntesis del nazismo? Muy dudoso. La postura progresista no depende de tal o cual proposición sino de estados anímicos y apetencias jamás satisfechas y frustraciones a fuego lento. De ahí que cíclicamente levante cabeza. Podrá haber curas pedófilos, pero se sigue deseando oír a quien promete la vida eterna; podrá haber administraciones izquierdistas desastrosas, pero intermitentemente vuelven a nacer y desarrollarse los resentimientos y rabias que son el alimento de que viven. Progresistas del mundo, podéis estar tranquilos.

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