¿Cuál es el día de la Independencia de Chile? ¿Es lo mismo el día de la independencia que el de su celebración? Ante la primera pregunta, asomará la misma prevención de siempre: el 18 de septiembre se conmemora la instalación, en 1810, de la Primera Junta de Gobierno, pero no la "Jura de la Independencia", que corresponde al 12 de febrero de 1818. La segunda tiene una respuesta menos evidente: el "día de la independencia" no contempla fiestas ni celebraciones, y si el 12 de febrero dice algo, va más por el lado de la fundación de Santiago. Así, quien hoy se endiecioche, no se vaya a sentir mal: la "carga simbólica" de la emancipación terminó transferida a una fecha que en rigor no es la que corresponde. Pero no es culpa del endieciochado, sino de la historia.

No es sólo cuestión de precisiones eruditas. Como propone Paulina Peralta en ¡Chile tiene fiesta! El origen del 18 de septiembre (1810-1837), las generaciones actuales y varias de las precedentes, "han considerado, desde su propia experiencia, el 18 de septiembre como la gran fiesta cívica de carácter nacional". Pero no siempre fue así.

Hubo un tiempo en que el país conoció  una "multiplicidad festiva". Había tres fiestas cívicas que celebraban el paso de territorio colonial a nación independiente: el "18",  el 12 de febrero y  el 5 de abril. Razones políticas, económicas y culturales llevaron a que sólo quedara una y a que esa fecha no fuese la que "debía ser".

TRES EN UNO

"Cada vez que celebramos en Chile los días patrios de septiembre", anota Vicente Pérez Rosales en sus Recuerdos del pasado (1814-1860), "acuden sin esfuerzo a mi memoria las solemnidades con que celebraban los patriotas (…) el ya casi olvidado 12 de febrero (…) en las que se ostentaba en medio del más loco contento la expresión del más puro agradecimiento, glorificando a los padres de la patria".

El impulsor de la migración alemana a Chile llegó a afirmar que en las primeras décadas de vida independiente el "12" era la fecha de celebraciones patrias y no el "18". Pero se equivocaba. Ya en 1811, esta última era una fiesta cívica oficial. En tanto, la fecha de la jura de la independencia y de la Batalla de Chacabuco (1817) sólo lo sería en 1821, aún cuando en los hechos ya estaba incorporada al calendario festivo. Para agregar complicaciones -y jolgorio-, en 1818 se agregó el 5 de abril, conmemorativo de la Batalla de Maipú, del mismo año. Un decreto de julio de 1823, por lo demás, explicitó que las solemnidades cívicas de carácter nacional se desarrollaban en las tres fechas.

Por lo que se razonaba entonces, las tres fechas explicaban el proceso que llevó a la autonomía. El 18/9 suponía una "regeneración política", una suerte de segundo nacimiento, el despertar del letargo colonial. El 12/2 apunta, propiamente, a la "independencia", a los episodios que sellaron el destino de los chilenos y que solían revalidarse a través de un juramento anual. Y el 5/4, por último, marca la "consolidación": tras la derrota en Cancha Rayada, la Batalla de Maipú se erigió como una afirmación, a través de las armas, del hito independentista.

Pero la multiplicidad no duró  mucho. Empeñado en reducir el número de festivos cívicos, además de los religiosos, en 1824 el gobierno dejó al 5 de abril fuera de los primeros. Entre otras razones, la necesidad de aumentar los días útiles de trabajo y el ocasional tope del "5" con la Semana Santa explican la medida.

Pero quedaba el "12", que en combinación con el "18" generaba cierta confusión simbólica. El primero estaba en desventaja: al celebrar hitos de dos años consecutivos, no ayudaba a llevar bien la cuenta de los años; febrero es la fecha de actividades agrícolas como la vendimia y la trilla, que requieren de bastante mano de obra, también de carnavales populares que la élite se resiste a hacer suyos; los desajustes financieros del Cabildo de Santiago, un financista central de los festejos patrios, imponían un recorte de las celebraciones patrias; y el 18 era, ante todo, una celebración "civil", más que militar.

Considerados ésos y otros factores, el 8 de febrero de 1837 se pretendió atacar "los perjuicios a los servicios públicos y a los oficios particulares", concentrando los festejos en un sólo día: el 18 de septiembre. El 12 de febrero daría lugar a iluminación de calles y salvas de escopeta, pero incluso esas prácticas caerían en pronto desuso.

LAS FIESTAS

Las fechas excluidas, ha planteado Alfredo Jocelyn-Holt, "aludían favorablemente a O'Higgins, a quien se le había hecho un golpe de Estado y se le había exiliado, y aun cuando el 18 celebra una fiesta 'oligárquica', su cercanía con la llegada de la primavera presentaba una buena ocasión para ofrecerle al populacho la posibilidad de que hiciera su carnaval y se empachara a su antojo".

Y tamaña fiesta suponía un ritual de largo aliento. Hasta mediados del siglo XX, como ha recordado Sonia Montecino, las festividades dieciocheras estuvieron marcadas por otros gestos rituales: "se compraba ropa nueva y zapatos nuevos, costumbre denominada 'cacharpearse'. Además, las casas se pintaban por orden municipal y, desde luego, rigurosamente se enarbolaban las banderas chilenas en los patios y jardines, en la mayoría de los cuales había un sitio especial para levantar las astas".

En paralelo a estas prácticas, surge el doble gesto de "crear nación". De un lado estaba la fiesta oficial con sus banderas, cañonazos, fuegos de artificio, representaciones teatrales y desfiles militares; del otro, las fondas, ramadas y chinganas, que no son creaciones "dieciocheras", sino instancias ya existentes que se adecuaron al escenario festivo oficial. Y a él incorporaron la fritanguería, la chicha y la zamacueca, que eran sólo parte de una larga fiesta.