George Orwell, el incorruptible

Las crónicas de George Orwell recopiladas en Matar a un elefante conservan tanta vigencia como su famosa novela 1984. Las mantiene la insobornable ética del autor y el poder de fuego de su prosa. El volumen acaba de llegar a librerías chilenas.




Las famas literarias no siempre son duraderas ni justas, pero en el caso de George Orwell su prestigio no hace sino crecer con el tiempo. Quienquiera que haya leído recientemente sus novelas Que no muera la aspidistra (1936) o 1984 (1949) sabrá que se mantienen plenamente actuales, colmadas de resonancias contemporáneas. Leerlo en estos días produce una conmoción que debe ser parecida a la que originaban las bombas de efecto retardado que asolaban Londres en 1940: la zona donde caían los artefactos, algunos del porte de un buzón de correos, debían ser clausuradas, pese a los reclamos de los vecinos que pensaban que el peligro "había pasado". Pero no. En el momento menos esperado, explotaban.

Estas mismas armas de destrucción masiva que ponen los pelos de punta son las que el escritor describe en Diarios de guerra, un testimonio sobre el conflicto bélico de los años 40 incluido en Matar a un elefante y otros escritos, volumen que recopila parte del trabajo de no ficción del autor de Rebelión en la granja.

Diarios de guerra transcurre entre 1940 y 1941, cuando el mundo aún no sabía con exactitud de qué se trataba el enfrentamiento entre los países del Eje y Gran Bretaña y sus aliados. En Inglaterra, como cuenta Orwell, la masa asistía impávida a las noticias del avance de Hitler, manipulada por una elite mayoritariamente resignada ante el predomino alemán en el continente.

El sentimiento del autor es una mezcla de asco, rabia y pesimismo. "La inexpresable depresión de encender el fuego cada mañana con los periódicos de hace un año, y entrever en ellos restos de titulares optimistas que se hacen humo", señala en un apartado del 19 de octubre de 1940. Otro día, una sensación parecida: "Los aviones vuelven y vuelven cada pocos minutos. Es como en cualquier país oriental, cuando uno cree que ha matado al último mosquito que pudiera quedar dentro de la mosquitera, y cuando apaga la luz y se dispone a dormir, empieza a zumbarle otro en la oreja". La gracia de estos diarios es que recrean el ambiente de un país en guerra sin filtros ni mistificaciones. El lector se encuentra con el terror cuando éste pasa a ser moneda corriente.

Matar a un elefante… comienza con el relato homónimo de 1936, una de las crónicas más perfectas jamás escritas. En apenas cinco o seis páginas, Orwell describe el día en que, siendo un joven funcionario del imperio británico en Birmania, tuvo que disparar contra un enorme animal afectado de "must", locura pasajera que convierte a los paquidermos en peligrosas bestias de varias toneladas. Parece una simple anécdota, pero es mucho más que eso: se trata de una de las descripciones literarias más penetrantes del colonialismo. Más poderosa que una enciclopedia.

Orwell, nacido en la India en 1903 y muerto en Inglaterra en 1950, decía que todo escritor escribía por cuatro razones: egoísmo agudo, entusiasmo estético, impulso histórico y un propósito político. Todas ellas están presentes en Matar a un elefante…., que incluye también Recuerdos de la Guerra Civil Española (agria explicación de la derrota republicana); una selección de las columnas semanales que publicó en Tribune entre 1943 y 1947, y ensayos como La política y la lengua inglesa y Hacia la unidad de Europa.

A 60 años de la publicación de 1984, Orwell destaca por la claridad de sus argumentos y la independencia que los anima. Puede que hoy el peligro de regímenes totalitarios no sea tan evidente (aunque esto puede sonar cruel para los habitantes de Cuba, Corea del Norte o Irán, entre otros), pero la amenaza que desnudó hace seis décadas sigue viva. No sólo en los fundamentalismos religiosos y políticos, sino también en la aparente inocencia de lo políticamente correcto. Para combatir tales peligros, Orwell es dinamita pura.

ACUSADO DE DELACION

George Orwell no es una figura precisamente simpática y no han faltado los intentos por socavar su prestigio. El último de ellos reveló que, en 1949, el escritor entregó una lista de simpatizantes del comunismo a una amiga que trabajaba para la inteligencia británica. El informe incluía a Chaplin y Orson Welles, y muchos críticos lo catalogaron como un acto de delación vil y traicionera. Hay que entender, sin embargo, que Orwell odiaba el comunismo y estaba enfurecido por las matanzas llevadas a cabo por los rusos en los campos de prisioneros en Europa Oriental. Según su biógrafo, Jeffrey Meyers, lo que hizo el autor resulta comprensible en el contexto de la Guerra Fría, pues su intención era impedir que tales personas se infiltraran en actividades de propaganda antisoviética organizadas por el gobierno británico.

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