Los discípulos de Eugenio Dittborn

El premio nacional de Arte lleva más de 20 años realizando un taller que se ha convertido en uno de los más solicitados de la escena local.




Tras cortarse una barba que lo delataba, el 11 de septiembre de 1973 un fatigado Eugenio Dittborn caminó desde Salvador hasta Los Dominicos, donde se encerró hasta 1976 a trabajar en sus obras. Era el lugar donde dejaría atrás su pasado Mapu. El único hito que rompía esa rutina y lo sustentaba económicamente era un taller que impartía en el Instituto Cultural de Las Condes y que desde 1990 empezó a realizar en su estudio en La Reina. Como sus inconfundibles pinturas aeropostales, obras errantes que viajan por correo, la decisión de abrir su taller nacía de una economía de sobrevivencia en un momento de aislamiento.

La filosofía de Dittborn al impartir ese taller, que se mantiene hasta hoy, es no crear artistas que copien un estilo o una escuela particular, sino ayudar a que cada discípulo encuentre su propio camino: "Me preocupo de que mis alumnos no vean mis trabajos, lo que no cuesta mucho, porque expongo poco".

La mayoría de los asistentes al taller son egresados de artes visuales, entre 25 y 35 años. Ellos presentan sus creaciones frente al profesor y al resto de los alumnos. Finalmente, todos debaten. Así, Dittborn genera un análisis crítico sobre los temas, formatos y significados de cada una de las obras.

"Los discípulos no van a pintar al taller, sino a mostrar obra. Es un espacio de análisis y de corrección, donde cada clase, que se realiza dos veces al mes, corresponde a una exposición en sí o al ensayo de una muestra", apunta un riguroso y metódico Dittborn. "El trabajo de taller consistió en el desarrollo de las posibilidades que cada uno de los 24 participantes traía al entrar, y no en la realización de un mismo programa para todos. Al final de un año de trabajo, cada participante muestra su camino. Esta muestra es el cruce de esos caminos".

NUEVAS GENERACIONES
Diversidad es la palabra que resume la muestra que exhibe las mejores obras, las más representativas, del taller de Dittborn y que se exponen en la galería D21, dirigida por Florencia Loewenthal. Cada alumno es un caso diferente. La estrategia de la artista Paula Salas, por ejemplo, es pintar pequeños retratos (la obra de menor formato de la exposición) con rostros y personajes modernos, pero en un formato que parece clásico. Siempre las caras y las posturas aparecen tensas, duras y también distorsionadas al ser los cuadros ovalados o circulares.

Olivia Allamand, en tanto, exhibe una figura animal que tiende a relacionarse con el fondo, compuesto por pequeñas manchas de color similar.
 
La fotógrafa Rosario Montero, magíster de la Universidad de Chile, capta únicamente imágenes de trapezoides. Deja de lado, entonces, el significado o el tema de la foto, para preocuparse sólo de la forma en una obra aparentemente fría y geométrica. Los otros fotógrafos son Felipe Coddou, que capta tomas desde el interior de un auto, y Jaime Ramos, quien arma sutiles montajes ensamblando paisajes urbanos diversos y atrapan al espectador que no percibe los cortes y los límites de estas trampas visuales.

Por su parte, el sofisticado objeto en acrílico de Pedro Montes funde a un ser humano desproporcionado con  una foca. "El ha experimentado con cierto exotismo en la tecnología del acrílico", advierte Dittborn.

Asimismo, Arturo Ayala, médico de profesión, cita a Archimboldo, pintor italiano conocido por sus imágenes creadas a partir de flores, frutas, plantas o animales. Ayala compone un objeto a través de decenas de elementos que no son ese objeto. Completan la muestra, entre otras obras, un cuadro de gran formato de Claudia Hidalgo, compuesto por manchas diseminadas; una pintura de Macarena Jarpa con elementos que parecen disolverse, y un perturbador objeto de Pilar Godoy: un vestido femenino arrugado, hilvanado y plastificado.

"Esta muestra está destinada a exhibir la diversidad. Es un taller politécnico de las artes visuales. Los artistas no tienen nada en común", explica Dittborn.

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