Los hilos de Adriana Santacruz, diseñadora colombiana
<img height="15" alt="" width="50" border="0" src="http://static.latercera.cl/200811/193770.jpg " /><br /> Ella sola se inventa sus cuentos. Imagina lugares mágicos, los repleta de personajes y los proyecta sobre moldes de papel mantequilla para luego transformarlos en piezas de alta costura.

"¡Ay, pero qué penaaaa!", exclama Adriana en buen colombiano en plena entrevista, justo en el momento en que ve llegar a una de sus clientas a su tienda, ubicada en la zona T, el punto de confluencia de los diseñadores exclusivos, el Alonso de Córdova de los bogotanos. "¡Atiéndete querida, saca lo que quieras! Ahoritica estoy contigo".
Adriana Santacruz no sólo hace cosas lindas. Además de talentosa, es sencilla y espontánea. Su tono dulzón sumado a los abrazos que reparte a cada uno de los que entran en "su almacencito" -como le llama a su tienda- hace imposible no aceptar su invitación a quedarse. Su clienta, al menos, no lo duda; está dispuesta a esperarla una hora si es necesario para que la atienda, para que la acoja y le prometa dejar uno de sus modelos perfectamente ajustado a su anatomía.
Sus seguidoras tienen claro que desde su tienda no sólo se van con una pieza exclusiva, elegante y de buen gusto, sino que también con la moral en alto: la diseñadora colombiana es reforzadora, de sonrisa fácil y contagiosa. Como no es fácil encontrarla en la ciudad (vive en el sur y sólo viene dos veces al mes a la capital), las bogotanas la aprovechan al máximo cuando visita su tienda.
La artista vive con su marido e hijos en Pasto, en el departamento sureño de Nariño, una provincia dominada por las frías temperaturas y que sirven de inspiración para Santacruz. Ahí tiene su taller, ahí le da rienda suelta a su imaginación que suele traducirse en historias mágicas pobladas de seres fantásticos que más tarde le dan el nombre y sello a una colección. Se trata de piezas exclusivas -entre ruanas, abrigos y corpiños- hechas con tejidos brocados, telares precolombinos y horizontales teñidos mediante la técnica de Ikat.
Lo natural no sólo está en esta técnica (el Ikat se hace a mano, antes de urdir las amarras que formarán el telar), sino también en el ritmo de fabricación: desde que nace una idea en su cabeza hasta que éstas se convierten en aproximadamente 15 prendas rústicas con toques vanguardistas, pasa tiempo. En el taller de Adriana nada se hace bajo presión. Sus 45 artesanos trabajan a un ritmo pausado, cortan sin apuros, amarran cada hilo con dedicación. El asunto está en mantenerse lejos de todo lo que huela a mecanización. "Lo que yo hago es arte y éste tiene su ritmo. Es un arte, además, colectivo. O sea, no podría existir si no fuera por los conocimientos de los demás. Yo intercambio saberes con los indígenas de Pasto: ellos me aportan de su experiencia ancestral y yo, mi saber científico", cuenta con sus ojos que brillan cada vez que habla de los suyos.
Detrás de cada una de sus colecciones hay una reflexión sobre la forma que tenían las comunidades precolombinas de mirar la naturaleza. "Eso de fijarse mucho en la estructura de la naturaleza, en los ojos, las siluetas de las montañas, las texturas de los campos... Todo lo que encerrara nobleza, lo que fuera natural, lo esencial. En definitiva, lo que mereciera ser la segunda capa de nuestra piel", explica. Y el resultado son piezas a las que les da nombres de fábula: de los colgadores de su almacencito penden vestidos estilizados a los que ella llama tigre-dragón, conjuntos de alta costura a los que denomina cobras, y otros telares a los que se refiere como "truenos", "palomas", "cascadas" o "zapotes", etc. (www.adrianasantacruz.com).
LA POCIMA DE ADRIANA
El pelo de Adriana cambia según su estado creativo. A veces lo lleva corto y oscuro, otras, como ahora, más rubio. Hija de un vendedor viajero y de una alemana de gustos exquisitos, la artista creció empapándose con la cultura local. Su padre, carismático como ella, era el consultor del pueblo y era habitual encontrarse a media comunidad metida en su casa. Su familia le enseñó a respetar a las etnias, a trabajar con ellas mano a mano.
De eso y de su pasado campesino se acordó cuando le llegó la hora de pensar en su tesis de grado. "Mi tío tenía una hacienda ganadera y todas las vacaciones se las pasaba en medio de los trigales, achicando el ganado y en las cosechas de papas. Cuando quise hacer mi tesis de diseño de modas, elegí hacer algo con los tejidos de ayer y de hoy. Quería recuperar lo que veía que se estaba perdiendo la etnia de los pastos", cuenta.
De ese camino no se apartó más. "Me volví súper experta en diseño textil y empecé a participar en ferias de artesanías. Como siempre he tenido muchas conexiones y ángeles, tuve la suerte de toparme con Pilar Castaño (una conocedora del mundo de la moda colombiana y directora de Bogotá Fashion). Ella me descubrió, me llamó a desfilar en 2001 y seguí en 2002 y luego 2003".
Esto le sirvió como vitrina, para empezar a tender puentes con mujeres connotadas de la moda de su país. Y como le fue bien, comenzó a viajar cada vez más seguido a Bogotá. Al poco tiempo, ya arrendaba un departamento al que llegaban sus clientas a pelearse las creaciones. Fue tanto el éxito, que ya en 2002 pudo abrir su tienda en plena Vía del Sol, la zona de los diseñadores dentro de la zona T.
-¿Quiénes buscan tus piezas?
-Les gusta mucho a las antropólogas, a las artistas, a las presentadoras de televisión, a gente muy sensible. Bueno, a gente exquisita también, del mundo de la moda. Ahora hace poco estuve en Madrid y bueno, llegué a un estrato alto (lo dice con cierto pudor, con humildad). Allá me compraron mis piezas como obras de arte.
-¿Cómo lograste penetrar en esos sectores madrileños?
-¡Eso fue hace muy poco! ¡Ahoritica! Vengo llegando de allá. Lo que pasa es que hay clientas de acá que me recomendaron sus amistades allá y lo que hice fue llamar a una señora, y esta señora llamó a sus amigas. Total que terminamos todas en una casa y eso fue una locura. ¡Esas señoras quedaron felices con sus prendas!
-¿Así vas a seguir funcionando en España?
-Bueno, es que además hice contactos en el Metro... ¡En el Metro hice contactos! (se repite, como impresionada de sus actos temerarios). Una vez yo estaba entregando mis tarjetas en el andén y se me acercó un árabe. Me comentó que lo que yo traía puesto era sensacional, que de dónde lo había sacado. Así es que le di mi tarjeta, me llamó al hotel y me llevó a su señora. Ese señor me compró muchas cosas... Son cosas de Dios, de energías, no sé...
-¿Crees que puedas expandirte a otras ciudades de Europa?
-Ahoritica que me voy a estudiar a Milán, tengo que pasar por Madrid, cumplir con unos compromisos... Me gustaría ir a Barcelona también.¡Yo tengo que crecer, tengo que hacerlo!
Claro que a la diseñadora no le convence nada de esto de crecer demasiado, porque su ritmo de trabajo pretende seguir siendo el mismo. De lo contrario, ya no sería ella. "No me gustaría caer en la mecanización. Quizás algún día llegue al nivel de Carolina Herrera, pero siempre siendo Adriana Santacruz".
EN ALZA
Antes de ser diseñadora de modas, Adriana diseñaba colchas de cama y otras cosas de casa. Tenía un pequeño negocio con el que nutría a las dueñas de casa más exigentes de Pasto. Pero cuando terminó de criar a sus dos hijos (Juan, hoy de 20, y Mateo, de 14), decidió entrar a la Universidad de Pasto en 1996.
Se tituló en 2000 y desde entonces no ha parado. Empezó a mostrarse en ferias artesanales y con el tiempo se fue acercando a las pasarelas con sus colecciones de nombres fantásticos: María y El Rey, y Sara y El Halcón. Con la primera se acaba de ganar el premio a la diseñadora meritócrata en Colombiamoda 2008, lo que significó ser becada por el Instituto Marangoni para que estudiara marketing de modas en una ciudad a elección: o Milán, o Londres, o París. Y eligió Milán.
-¿Por qué les das esos nombres tan mágicos a tus colecciones?
La de María y el Rey por ejemplo, fue muy especial, hecha con más madurez, con mucho equilibrio. Se llamó así porque yo trabajo con los arquetipos, porque ellos ven y hacen presencia. María es la mujer universal y el rey es su sueño, su apoyo... Tiene un aire de principado, de trompetas. No sé, los arquetipos se me manifiestan en presencias.
Parece que esto simplemente cautivó a la elite femenina de Bogotá, casi como lo hizo la varita mágica de Sylvia Tcherassi (la que diseñó el vestido de Cecilia Bolocco cuando se casó con Menem), de Pepa Pombo, de Beatriz Camacho y de Olga Piedrahita en estos últimos años. Porque a quien se le pregunte por Adriana Santacruz en las esferas de la moda colombiana, no tiene más que palabras de elogio por su trabajo. "Yo la adoro", dice una de sus clientas más exclusivas, a quien contactamos estando en la capital colombiana. "Ella es fantástica, súper talentosa y con un gusto exquisito. Sus piezas no son baratas, pero cuando te compras una, sientes que ha valido la pena y que eres afortunada... Es inevitable que cada vez que entras a su tienda, te quieras comprar todo", asegura.
Esta fidelidad compromete a la diseñadora a estar en permanente contacto con sus clientes. Si se ausenta por mucho tiempo, la llaman a su taller y la persiguen hasta saber cuándo estará por "estos lados". Ésa es la única presión que acepta la artista, porque sabe que en el fondo lo que ellas reclaman es su cariño y de eso, tiene siempre.
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