Fueron dos anuncios: el alza en el valor de la PSU y la restricción del uso del pase escolar a sólo dos veces al día, lo que encendió la mecha. Era abril de 2006, en pleno primer gobierno de Michelle Bachelet, y el malestar en la comunidad escolar comenzaba a adoptar forma de protesta callejera. Los paros y las tomas de colegios pasaron a ser noticias habituales y al poco tiempo ya nadie dudaba en hablar de un nuevo movimiento, la “Revolución de los Pingüinos”.

Diez años después, los entonces dirigentes -hoy en su mayoría profesionales, padres o políticos-, comentan que ese movimiento no sólo abrió la puerta para que en 2011 los universitarios pudieran levantar sus propias demandas, sino que además puso a la educación en el centro de la discusión.

“Hoy la educación es una prioridad nacional y eso sin duda es mérito del movimiento en que nos tocó participar”, señala el ex líder del movimiento, Julio Isamit, en ese entonces secretario ejecutivo del centro de alumnos del Instituto Nacional y ahora coordinador general del movimiento Republicanos.

El 2005 se comenzó a gestar la revolución. Ese año se realizaron asambleas y reuniones para "entregar un documento a Sergio Bitar, el ministro de Educación de esa época. Fue en noviembre cuando armamos una propuesta con una organización que teníamos en Santiago. El se comprometió a realizar el traspaso al próximo ministro, pero la propuesta se perdió", cuenta Karina Delfino, ex presidenta del Liceo A º1 Javiera Carrera, otrora líder del movimiento y actual concejala PS por Quinta Normal.

Había una agenda corta, con temas como la PSU y el pase gratuito, y una agenda larga, que abordaba otros como la reforma a la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza (Loce), explica Isamit: “La discusión en un comienzo era concreta y el foco era la calidad de la educación, tema que se ha abandonado en los últimos años”.

Para César Valenzuela, ex alumno del  Liceo Confederación Suiza, vocero de la naciente Aces,  y ahora abogado, el movimiento partió porque compartían un diagnóstico: "El sistema municipal no daba y no da para más. Había un cuestionamiento al sistema educacional completo, aunque más enfocado en el secundario".

Al comienzo de la “Revolución Pingüina” no hubo una participación mayoritaria. Apenas algunos colegios de Santiago participaron de las marchas. El movimiento creció tras recibir las respuestas del gobierno, catalogadas como insuficientes.

En mayo las manifestaciones se multiplicaron y tomaron fuerza a lo largo del país. “En los días que se convocó a paro nacional estimamos que alrededor de un millón de estudiantes se plegaron al movimiento, entre municipales, particulares subvencionados y particulares pagados”, recuerda Isamit.

Pluralismo

Algo que destacó del movimiento secundario, según los dirigentes, fue la variedad de posiciones políticas.

Sobre esto, Maximiliano Mellado, uno de los voceros más jóvenes del grupo y hoy periodista,  afirma que "había más pluralismo en esa época. Si miras nuestra dirigencia había de todo. César era del sector de izquierda, militante activo del Partido Socialista y Julio (Isamit) de derecha".

Este último remarca que existía una transversalidad política. “Nos pusimos de acuerdo personas que pensábamos radicalmente distinto, pero había un consenso: nos teníamos que jugar por la calidad de la educación”.

En esa misma línea, Delfino sostiene que “éramos parte del movimiento porque representábamos a los colegios. Todos los dirigentes entendieron que el tema fundamental fue convertirnos en actores sociales y posicionar un tema”.

Hoy, Mellado e Isamit ven un movimiento marcado hacia un solo sector.

La demanda actual

Los ex dirigentes concuerdan en que, si bien el movimiento de 2006 fue lo que permitió las manifestaciones de 2011, hay diferencias.

Para Valenzuela, el 2006 reveló una realidad que se siguió discutiendo en 2011 de una manera más profunda. “Lo posible del 2006 es distinto a lo posible del 2011. Si no hubiésemos tenido la primera movilización, para  el 2011 no habríamos tenido los avances que se lograron con la revolución”, sostiene.

“Nosotros teníamos dos agendas, una corta donde discutíamos de becas de alimentación y que a los técnicos que hacían la práctica se les pagara, y también temas trascendentales, en una agenda larga, en donde había temas como la Loce. Era más estructural. Nos cuestionamos el sistema educacional y la demanda era específicamente sobre eso”, explica Delfino.

Ya en 2011, sostiene la concejala, había un avance en el tema educacional. “Ahí se empezó a cuestionar todo un sistema, se habló de nueva Constitución, de reforma tributaria y eso se da porque vamos avanzando de nivel”. Con un pase que dura todo el día y con raciones alimenticias de mejor nivel, señala Delfino, se dio espacio para que la agenda se centrara en los puntos a largo plazo. “No teníamos cubierto todo eso hace 10 años”, añade.

Pero la gratuidad en la educación sí estaba instalada en los pingüinos. “Pensamos un gran movimiento que hablara de educación desde lo más básico hasta el nivel superior. Era nuestro mayor desafío. Luego de que el movimiento y la sociedad se empoderara, se podía empezar a cambiar el sistema educacional entero”.

Por otro lado, para Mellado, a pesar de los avances, aún falta hablar del corazón de la demanda que tuvo el movimiento del 2006: la calidad. “Hoy hablamos de gratuidad, pero no aún de calidad, y esa es la gran deuda que existe. Que actualmente pueda estudiar gente gratis en la universidad es un salto enorme, pero aún falta”, sostiene.

Una visión similar tiene Isamit, quien remarca que se pasó de hablar de calidad a temas de financiamiento. “La discusión ha ido evolucionando en estos últimos 10 años y ha llegado al punto del financiamiento, que significa hacerse cargo de un problema real de los chilenos: la alta tasa de endeudamiento”.

Según Isamit, en 2006 el foco era la calidad y hoy se ha abandonado: “Por desgracia, ni el gobierno ni gran parte de los actuales dirigentes estudiantiles están preocupados de la calidad”.