El de mañana no es uno de esos partidos en que sólo se piensa en ganar. En el encuentro entre la Universidad de Chile y la Universidad Católica -en el Estadio Nacional- hay mucho más en juego: cerca de 50 años de victorias y derrotas. Es decir, son rivales históricos y eso, en términos científicos, los condiciona de una manera totalmente diferente para el juego. A los futbolistas y a sus seguidores.

Competir con otros -el compañero de trabajo, el vecino, un desconocido- suele ser excitante: el estado es emocional, se acelera el corazón, el cuerpo se tensa y sólo se piensa en ganar. Cuando la rivalidad es personal, en cambio, todo el escenario se vuelve mucho más impredecible, porque se desencadena una serie de procesos físicos y sicológicos que cambian inevitablemente el comportamiento de las personas.

Por ejemplo, desde el punto de vista fisiológico, se ha comprobado que cuanto mayor es la sensación de rivalidad entre jugadores de fútbol de distintos equipos, mayores son los niveles de testosterona en su sangre. Según una investigación de la Universidad de Northumbria, en Inglaterra, el nivel de esta hormona presente en los jugadores en un partido cualquiera es de casi tres puntos menos que cuando se enfrentan a un rival extremo. Ese aumento está asociado a un comportamiento más agresivo entre los contendores y, según nuevas investigaciones, a un mayor riesgo en la toma de decisiones.

Y hay más. Una disputa histórica también se relaciona con un fenómeno sicológico que puede llegar a flexibilizar los límites éticos o la distorsión de los recuerdos de quienes buscan quedar como vencedores.

En esa línea, el sicólogo social de la Escuela de Negocios Stern de la U. de Nueva York, Gavin Kidluff, hace la diferencia entre competencia y rivalidad: "La competencia es un estado en el que los actores compiten por recursos escasos, como ganar un premio, y donde el triunfo de una de las partes implica una pérdida para la otra". Cuando se habla de rivalidad, explica, el proceso de derrotar a otro adquiere un componente personal y relacional más valioso: "Los rivales no sólo están motivados por adquirir los recursos tangibles disponibles, sino que por desempeñarse mejor que otros oponentes específicos, con quienes tienen relaciones preexistentes de competencia", dice Kidluff a La Tercera.

Nada personal

Asociarse a un grupo, sea de fútbol o de partidarios de un cantante, proporciona un sentido de pertenencia considerado beneficioso por los especialistas. Sin embargo, este mismo comportamiento también puede llevar a engaños para conseguir la victoria, aspecto considerado negativo entre los mismos especialistas. La rivalidad, como casi todo, tiene algo de bueno y algo de malo.

Respecto de lo primero, según indica Kidluff, el estado de alerta y la constante motivación por ganar son parte de los beneficios derivados de la presión de enfrentar a un rival, pues conllevan un aumento del desempeño en las tareas basadas en el esfuerzo.

Y en la línea del comportamiento grupal, también se advierten las ventajas. Los investigadores David Tyler y Joe Cobbs, de la U. de Massachusetts y Kentucky del Norte, respectivamente, señalan que la presencia de un grupo externo relevante, en este caso el equipo rival o sus adherentes, aumentaría la identificación de cada persona con su grupo de pertenencia. "En síntesis, te vuelves un fan mucho mayor del Real Madrid porque sientes que el Barcelona es el rival. Y arraigarse a un grupo social tiene enormes beneficios, como robustecer la autoestima, reducir la ansiedad acerca del lugar que cada uno ocupa en el mundo y aprender normas de comportamiento para situaciones sociales".

En el otro extremo están las consecuencias negativas. Por ejemplo, dice Kidluff, los jugadores pueden sentirse mucho más dispuestos a participar en engaños o sabotajes al competir con sus rivales históricos: "Sociológicamente se magnifica lo que está en juego en la competencia, volviendo a la gente mucho más proclive a hacer cualquier cosa para ganar".

Y no sólo eso. También pueden cambiar los recuerdos. El sicólogo de la Universidad de Duke, Kevin La Bar, sentó en una misma sala a fanáticos de dos equipos rivales de basquetbol  y los puso a ver fragmentos inconclusos de un partido pasado, lo que los obligaba a recordar cómo habían terminado una serie de jugadas. A través de resonancias magnéticas, se dio cuenta de que las personas recordaban con más precisión aquellos pases que beneficiaban al equipo propio y no al rival, lo que comprobaría que en la rivalidad los triunfos son más importantes y se adhieren con más persistencia a la memoria.