Sergio Castillo, una vida forjada en acero

A cinco años de su muerte, la viuda del escultor abre el miércoles una muestra con 60 de sus obras en el Museo de Bellas Artes.




Incansable, Sergio Castillo Mandiola (1925-2010) trabajó martillando el acero hasta el último de sus días. Tenía 83 años y aunque debía ayudarse con un tubo de oxígeno para poder respirar, seguía incólume frente a un inacabado toro, uniendo con paciencia las latas de acero. Dos años después, moriría de una fibrosis pulmonar. Días antes, había entregado su última escultura emplazada en el Paseo de la Pastora en Providencia. "No se cuidaba, los materiales con los que trabajó toda la vida le dejaron imposibles los pulmones, pero la escultura era su vida: nunca la dejó", dice su viuda, Silvia Westermann, curadora de la muestra que se inaugura el miércoles en el Museo de Bellas Artes, bajo el certero título de Domador de metales.

A cinco años de su muerte, la pinacoteca nacional celebra el genio de quien fuera pionero en realizar escultura soldada en fierro en Chile a fines de los años 50, para luego en 1964 inscribirse también como el primero en emplazar una escultura abstracta en el espacio público, frente al antiguo Banco Edwards en Viña del Mar.

Siguiendo ese espíritu, la exposición se inicia con ese mismo toro que le quitó el aliento y que le recordaba sus años viviendo en España;  ahora se erige poderoso en los jardínes del museo. Otras dos esculturas monumentales dan la bienvenida al recorrido que continúa bajo suelo, en la Sala Matta, y que reúne 60 obras, varias nunca vistas: pertenecen al acervo de la viuda del artista. "Estamos afinando los detalles para una fundación que verá la luz este año. La idea es difundir la obra de Sergio y protegerla", cuenta Silvia Westermann, cuarta esposa de Castillo, 20 años menor y con quien estuvo 44 años casada.

De aquí y de allá

Dividida en ejes temáticos, la muestra se inicia con piezas más figurativas y rústicas, en las que se evidencia el golpeteo del martillo en el acero. En la serie Animales hay un toro, un gallo y el estudio de la escultura en homenaje a Martin Luther King, formada por una bandada de pájaros, que desde 1975 está en la Universidad de Boston. También está su etapa Erótica, formada por bustos de mujeres y sexos femeninos. El recorrido crece con sus obras abstractas, en las que aparecen los primeros fierros cortados en forma de explosiones y a veces en ondas más sensuales, que suelen estar sostenidas al pedestal en un solo punto. "Hubo un momento en que vivíamos en tres lugares distintos, en Estados Unidos, España y acá, y Sergio se repartía en tres talleres. De ahí que hiciera estas obras que se sostenían en un solo punto; no teníamos raíces, siempre estábamos volando. Las últimas obras que hizo, en cambio, se sostenían en toda su base,   como si estuviese diciendo 'ya, aquí me quedé", cuenta la curadora.

En 1968, Castillo ganó la beca Fullbright y partió  como profesor a la U. de Berkley, para después, en 1975, hacer clases en la U. de Boston. Antes de eso, tras el Golpe de Estado de 1973, se traslada a Madrid donde vive hasta 1994, con viajes constantes a Chile. Allí, mientras Castillo esculpía el metal, su esposa se formaba como ceramista y luego como artesana en joyas. Finalmente se hizo galerista: en el Escorial de Madrid tuvo su propio espacio por 14 años. "Nos conocimos en una fiesta y no nos separamos más. Eramos muy unidos, tanto que decidimos no tener hijos, porque simplemente no había espacio para nadie más. Sus hijos fueron las esculturas", cuenta Westermann.

La muestra incorpora estudios de obras públicas como Erupción, que está en el Parque de las Esculturas de Providencia;  La puerta de la percepción, en el Museo de la OEA en Washington DC, y Homenaje a Radomiro Tomic, en Calama, para concluir en su etapa más política con piezas como Democracia, en homenaje a Salvador Allende o Derecho a la libertad, ambas de 1976.

"Sergio nunca usó la simetría, por eso reconozco de inmediato una obra falsa, porque tratan de imitarlo, pero no pueden.  El vivía rodeado de fierros, de repente uno le hablaba y comenzaba a trabajarlo; nunca hizo dibujos. Si tenía una idea para una obra grande, hacía estudios con esculturas más chicas, pero nunca le quedaban igual, cada vez se transformaba en una pieza de arte única".

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