100 días patinando

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La mesa negociadora de la Nueva Mayoría y del Frente Amplio reunida ayer en la sede del Partido Socialista. Foto: Laura Campos


Confieso que tenía una cierta esperanza de que las cosas se dieran de manera diferente. Pensé que se había aprendido de los errores del pasado y que, por lo tanto, este período inicial podría marcar un significativo punto de inflexión. Con todo, y transcurridos los primeros 100 días de este gobierno, la evidencia, tan contundente como inequívoca, nos lleva a una casi única conclusión: la oposición no da el ancho por ninguna parte que se le mire.

Salta a la vista su nula capacidad para consensuar un diagnóstico común sobre las razones de la reciente derrota electoral; la que sigue golpeada y perpleja frente a un escenario en el que no logran ubicarse, ni menos tampoco identificar el camino para iniciar un proceso de recuperación de la confianza ciudadana.

Y si analizamos esta cuestión de manera particular, el estado de los partidos políticos del otrora oficialismo deja mucho que desear. En el caso de la DC, acaba de culminar un proceso electoral donde su nuevo presidente suma a la ya evidente dificultad de no ser parlamentario, el tener que lidiar con un conjunto de congresistas, especialmente senadores, que no le reconocen ninguna autoridad y liderazgo. El PPD cree haber superado un paupérrimo resultado electoral por la elección de una nueva directiva, pese a que sus principales líderes -partiendo por el "gran militante controlador"- no creen que esto sea más que una simple postergación de un proceso de deterioro y descomposición que sólo se acelera con el transcurso del tiempo. El PR pareciera respirar algo más tranquilo, aunque sus sobresaltos son directamente proporcionales a su tamaño e influencia en el debate público. El PS, de cuyo desempeño electoral podríamos tener los menores reproches, se sobregira al instalar una temprana, por no decir ridícula, precampaña de probables candidatos presidenciales. Y el PC, al que para efectos de esta descripción seguiremos enmarcando al interior de la ex Nueva Mayoría, intenta silenciar una disputa generacional que, en los hechos, es ya un debate respecto de su política de alianzas para el futuro.

Además, todo indica que se acabó o al menos se enredó la luna de miel en el Frente Amplio; y todo lo anterior a resultas de una puesta escena que pretende hacernos creer que hay una disputa entre la ética y el ejercicio del poder. ¡Pamplinas! Lo que simplemente evidenció este último episodio, es la inmadurez de una fuerza política que no termina de comprender la responsabilidad que conlleva la representación de sus ideas y de tantos que confiaron en ellas mediante una notable votación.

¿Habrá una luz en las iniciativas que por separado lideran Carlos Montes y Fernando Atria? Ya veremos, pero falta mucho.

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