2020: ¿Año para olvidar o para recordar?

Foto : Andrés Pérez.


Termina el año 2020. La primera y natural reacción nos lleva a desear que termine rápido y pase al olvido. Y es natural. Para todos ha sido uno de esos años que llamamos “para olvidar” en todos los planos en los que nos desenvolvemos: social, económico, político, sanitario y personal, entre muchos otros. Quizá la nota común sea, por un lado, la fragilidad y, por otro, el dolor, esos con los que no nos gusta caminar pero que se aparecen en nuestra vida sin pedir permiso.

Socialmente, fragilidad y dolor aparecen desde las entrañas mismas de la sociedad que anhela ya no solo una vida mejor, sino ser oída. Las fracturas silenciosas han cobrado un alto precio y nos han obligado a replantear liderazgos, modelos y por qué no decirlo, las aspiraciones y significancias de un país mejor.

Económicamente, han tomado rostro de necesidad, pobreza y cesantía, obligándonos a revisitar, por una parte, paradigmas que parecían escritos en piedra y, por otra, dando lugar a múltiples iniciativas de ciudadanos que, en una relación uno a uno, han hecho suyas necesidades materiales y no materiales de otros.

Políticamente, la fragilidad se asoma en todo el espectro. Derecha e izquierda caminan sobre arenas movedizas, obligándose a replantear afectos, cercanías, distancias y mundos comunes. Se abren y cierran puertas, pero en este proceso parece ir despejándose un espacio de centro que puede volverse muy relevante.

Sanitariamente, la fragilidad se ha expresado en un binomio donde la ciencia revela, por una parte, su radical importancia, pero al mismo tiempo hace patente sus limitaciones y nos traslada desde las certezas a la incertidumbre.

Cuando deseábamos y creíamos poder por nuestras propias fuerzas, nos hemos hecho débiles porque al fin y al cabo somos debilidad, aún cuando no nos guste aceptarlo. Y esa debilidad se expresa en límites que muchas veces deforman y llenan de sesgos nuestra percepción de la realidad. El camino ascendente para alcanzar claridad parece requerir conciencia, sufrimiento y dolor; ese que forma parte tan intrínseca de la vida humana pero al que jamás queremos mirar y menos hablar de él. “Sufrir y llorar significa vivir”, decía Dostoievski. Y si bien no deseamos que se meta en nuestra vida, cuando ya nos ha visitado es necesario mirarlo a la cara y de frente. En esa ruta, la resignación es el escalón más bajo de la libertad. Aguantar por aguantar no es el camino.

El 2020 nos invita a mirar profundamente nuestra interioridad (como individuos y como sociedad) y desde ese trabajo salir de nosotros mismos en una decisión que, paradójicamente, es el único camino para encontrarnos verdaderamente con nosotros mismos y con los demás.

Quizá tanta certeza nos había puesto en la ruta equivocada. Mary Shelley, en boca del doctor Frankenstein, sostiene que cualquier asunto (estudio en ese caso) que tienda a debilitar los afectos y a destruir el gusto por los placeres sencillos es inadecuado para la mente humana. “Si se observase siempre esa regla (…) Grecia no se habría esclavizado, César habría protegido su país, (…) los imperios de México y Perú no habrían sido destruidos”.

Tal vez, por ahí vaya la lección y el 2020 termine siendo un año “para recordar”. De crisis, sin duda, pero que nos enseñe a habitar de otra forma el lugar al que pertenecemos y donde queremos vivir.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.