¿40 horas para quién?

Trabajadores
Trabajadores. Foto Andres Perez


Quitarle horas al capital para dedicárselas a la familia y al desarrollo personal es, en abstracto, una causa noble. Las diputadas Cariola y Vallejo, en esto, tienen toda la razón: es embrutecedor el tiempo que se dedica al trabajo en Chile. Sin embargo, quien busque este noble objetivo deberá considerar detenidamente si la realidad laboral calza con el mapa que está usando para orientarse. Y es que, por más que nos frustre, muchas veces el camino que parece más fácil para llegar a un punto resulta, en realidad, un mal desvío.

La formalidad es uno de los principales asuntos a tomar en cuenta. En Chile, un 30% de la fuerza laboral es informal. Esto significa que trabajan por fuera de las regulaciones laborales, sin beneficios legales. Reducir la jornada semanal a 40 horas implica aumentar los costos de la formalidad y, por lo tanto, arriesgar un aumento de la informalidad. Ya que los trabajos más mecánicos son los que exigen mayor presencia, además de ser los peor pagados, los potencialmente más afectados serían los trabajadores menos calificados: la parte más delgada del hilo.

La informalidad, además, tiene cara de mujer. Según las investigaciones disponibles, muchas mujeres vulnerables optan por este tipo de trabajo, pues permite compatibilizar diversos roles. Luego, se puede asumir que cualquier aumento de la informalidad afectará en mayor proporción a las mujeres, que ya arrastran una fuerte carga.

¿Qué pasa si la reforma laboral expulsa a los trabajadores más vulnerables, y en particular a las mujeres, de la formalidad? Solo considerar esta pregunta resulta molesto. Enoja pensar que mejorar la calidad de vida de muchos trabajadores podría tener como costo empeorar la del grupo más vulnerable entre ellos. Sin embargo, aunque enoje, puede ser cierto, y no un mero berrinche empresarial. Vale la pena investigarlo.

De hecho, en países desarrollados admirados por su progresismo, muchos de los trabajos poco atractivos son realizados por inmigrantes que no cuentan con la mayoría de los beneficios de los nacionales. Así, la explotación de trabajadores extranjeros es convertida en un beneficio para los locales, cuyo nivel de vida es destacado mundialmente.

La flexibilidad laboral, por otro lado, entrega más posibilidades a quienes podrían terminar en la informalidad de encontrar trabajos formales, pero poniendo en riesgo la seguridad de la posición del trabajador formal. En otras palabras, amenaza con integrar más personas al mercado laboral formal, pero deteriorando, en general, las condiciones laborales.

Marx identificó como una de las características del modo de producción capitalista la existencia de un "ejército industrial de reserva", de mano de obra precarizada, una de cuyas funciones era mantener a raya las condiciones laborales de los empleados. Sin embargo, ya que destruir el capitalismo no parece ser una opción en esta vuelta de la historia, sería bueno tomarse en serio la búsqueda de un equilibrio laboral que distribuya riesgos y beneficios de manera razonable entre los sectores formal e informal. Y ello exige, me temo, hacer un esfuerzo por comprender mejor cómo funcionan e interactúan, antes que ponerse a legislar y ver qué pasa.

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