“A la mala”



Por Vicente Stiepovich, director Social TECHO-Chile | FV

“Mi marido no está, porque tuvo que salir a trabajar a la mala”. Con esa frase, una dirigenta de un campamento me retrataba esta semana lo que muchas familias están viviendo hoy, cuando la gran mayoría del país está en cuarentena. Y es que si bien esta medida sanitaria es a todas luces la mejor para reducir la movilidad y asegurar que todos y todas nos quedemos en nuestros hogares para prevenir los contagios y que baje el nivel de pacientes críticos actualmente, lamentablemente son muchísimas las familias que están empezando a desafiar esta realidad, aunque para algunas personas pueda ser ilógico.

Durante los últimos días, desde TECHO hemos visto cómo jefes y jefas de hogar salen a trabajar o deben moverse por la ciudad y cómo muchos niños y niñas no están yendo a clases, ni siquiera online. Las palabras de la dirigenta no son más que el reflejo de miles de personas que hoy, a pesar de lo positivo de las cuarentenas en términos epidemiológicos, necesitan no respetarla. Y no es por desobedecer a la autoridad o porque no tengan conciencia de los riesgos al exponerse; hay una falta de garantías para que las familias estén tranquilas en sus hogares y a lo menos con un sustento básico para poder comer. Sí, literalmente hoy muchas personas deben incumplir su cuarentena para poder comer, aunque se puedan contagiar en ese cometido.

Lo hemos dicho desde el principio: la trampa del Covid-19 para las familias más pobres tiene 3 aristas: sanitaria, habitacional y económica. De acuerdo a nuestro Catastro de Campamentos 2020-2021, hoy hay casi 82 mil familias viviendo en más de 960 campamentos en Chile, la cifra más alta desde 1996. De estas familias, solo un 6,72% cuenta con acceso formal al agua y 66% accede de manera informal al sistema sanitario: 4 de cada 10 lo hacen a través de pozo negro. Otras cientos de miles viven allegadas, hacinadas. Para los más vulnerables, esta pandemia es mucho más que el riesgo de contagios. No es fácil quedarse en casa. Las familias que cumplen la cuarentena no solo deben sobrellevar vivir en estas condiciones, sino que deben lidiar con la angustia diaria de no contar con recursos suficientes para lo básico y con el abandono de una sociedad que no está poniéndose del lado de los más pobres en la peor crisis de la historia.

A pesar de todas estas dificultades, muchas comunidades que trabajan con nosotros han seguido organizándose, asumiendo que la pandemia es una realidad que no de tregua, por lo que han debido hacer caso omiso y perseverar en los esfuerzos que la comunidad necesite.

Durante 2020 proliferaron las ollas comunes o cocinas comunitarias, donde vimos un trabajo incansable de vecinos y vecinas para que cientos de familias tuvieran un plato de comida, y fuimos testigos de redes de apoyo increíbles para aportar en distintos lugares. No obstante, hoy vemos cansancio; llevamos más de un año de pandemia y muchos dirigentes están agotados. Empatizamos. No es llevadero para ninguna comunidad sostener tal nivel de trabajo para cuidarse y apoyarse, sin perder energía y tener que focalizarla luego.

Desafortunadamente, la situación solo se complejiza para estas familias, ya sea a medida que pasan los días sin poder trabajar, o a medida que aumenta el riesgo de contagiarse o morir con cada salida “a la mala” para trabajar.

¿Estamos a tiempo de desactivar esta bomba de tiempo? Yo creo que sí. Un mecanismo de transferencia universal que permita que las familias puedan quedarse en sus hogares o barrios sin tener que salir a buscar el pan de cada día, podría contribuir en alguna medida. Ayudemos a que los más empobrecidos puedan al menos cumplir la cuarentena sin arriesgarse, favoreciendo que entre todos y todas nos cuidemos, y dejemos de hacer cosas “a la mala”.

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