Actitud irresponsable frente a la violencia

Cuarta  noche del Festival de Viña del Mar 2018  


Desde el 18 de octubre del año pasado Chile ha vivido tensionado por la violencia que acompañó las movilizaciones a favor de demandas sociales de un importante sector de la sociedad. Pese a que desde entonces el país inició un proceso de reformas y la clase política llegó a un acuerdo para consultar a la ciudadanía sobre la conveniencia de elaborar una nueva Constitución -que se llevará a cabo el 26 de abril-, las acciones de violencia y destrucción que han afectado a las principales ciudades del país, alterando el curso normal de la vida cotidiana de la ciudadanía, han continuado.

La semana pasada, por ejemplo, todo Chile fue testigo de lo sucedido en el centro de Viña del Mar en vísperas del inicio del Festival de la Canción, con violentos incidentes en las cercanías del ingreso a la Quinta Vergara y el ataque al Hotel O’Higgins, uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad jardín. Incluso los vehículos de algunos de los artistas que asistían al certamen fueron apedreados por manifestantes.

Pese a ello aún persiste en algunos sectores del país una preocupante validación de la violencia como un recurso supuestamente legítimo para lograr reivindicaciones sociales. Una actitud que ha ido acompañada de una creciente complacencia ante las acciones de grupos violentistas. La consigna que motivó las protestas contra el Festival y que advertía que “sin justicia social no hay festival” es prueba de ello.

La lógica que parece guiar hoy a algunos sectores es la de la imposición y no la del diálogo y el consenso, propia de toda democracia. Fue esa precisamente la actitud que se observó el domingo pasado en la ciudad de Viña del Mar. Por eso resulta aún más preocupante que varios de los participantes del certamen hayan aprovechado el espacio que tuvieron sobre el escenario para insistir en esa visión condescendiente con los grupos violentos, idealizando incluso a la llamada “primera línea” que ha protagonizado los principales hechos de violencia en los últimos cuatro meses. Asegurar, por ejemplo, que sin ese grupo no habría sido posible movilizarse, como sostuvo uno de los humoristas invitados al Festival no solo es falso, porque en Chile nunca ha sido necesario tener que recurrir a la violencia para manifestarse, sino que además le da un carácter épico a un grupo que en nada ha contribuido a la búsqueda de soluciones desde el 18 de octubre pasado. Es peligroso sugerir que el actuar de la “primera línea” y las reivindicaciones sociales son inseparables, porque con ello se termina legitimando la violencia.

Es lamentable que este tipo de manifestaciones pudieran proliferar sin contrapeso alguno. Con ello el certamen apareció inevitablemente como el reflejo del tipo de sociedad que la mayoría no quisiera ver, aquella donde los sectores que recurren a la fuerza o tienen mayor capacidad de movilización son los que logran hacerse escuchar, sin posibilidad que voces alternativas tengan igual cabida. Los organizadores ciertamente fallaron en haber buscado mayores equilibrios, en particular en aspectos que sí estaban bajo su control directo, como los mensajes que los animadores transmitirían a los espectadores. Durante la obertura, fue notorio que las palabras de los presentadores nunca aludieran a la violencia que se ha apoderado del país.

En momentos en que se inicia la campaña electoral de cara al plebiscito del 26 de abril, es necesario trabajar por reforzar el clima de entendimiento, tolerancia y condenar sin ambigüedades la violencia de uno y otro sector. Tanto la clase política como los distintos actores sociales tienen una responsabilidad que cumplir en el actual momento que atraviesa el país y no pueden caer en actitudes populistas en pro de obtener réditos cortoplacistas.


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