¿Ahora qué?

Foto: AFP


No sabemos qué viene en el horizonte. En varias generaciones, los seres humanos no habían tenido que hacerse la pregunta de ¿ahora qué? La verdad es que nadie tiene idea sobre cuáles serán los desafíos que el orden global enfrentará una vez que la pandemia de coronavirus haya concluido como tal, ojalá en unos meses más. Simplemente, la institucionalidad internacional, y el mismo derecho, no necesariamente tiene las herramientas para combatir algo que no se ve, que no tiene ideología ni límites de ningún tipo. Por ejemplo, es impresionante pensar en el portaviones Theodore Roosevelt de la Armada de los Estados Unidos. Tiene el poder de fuego y disuasión equivalente a varias Fuerzas Armadas del mundo en un solo lugar. Sin embargo, muchos de su tripulación fueron infectados y ha mermado su capacidad de acción. Finalmente, y tras una controversia con sus jefes, el propio comandante del buque ha sido relevado de sus funciones. Es decir, uno de los despliegues más costosos para asegurar la seguridad y poder de su propia nación, de miles de millones de dólares, finalmente sucumbe a un virus que se propagó de persona en persona. Un organismo, el más pequeño de todos echa por la borda al más poderoso.

Lo mismo ocurre con el sistema internacional. Hoy hay muchas dudas sobre qué pasará con los organismos multilaterales, y sobre todo los de integración regional. Hemos visto que mientras Alemania ha sabido mantener la calma y su población apoya la gestión gubernamental frente a la crisis, Italia y España sufren una crisis sanitaria que ha costado la vida a miles. La Unión Europea era la llamada a coordinar los esfuerzos y ser la articuladora de una respuesta única. Sin embargo, la reacción de los estados nacionales fue cerrar las fronteras, tomar decisiones unilaterales y enfrentar cada uno por su cuenta la crisis. Es un proyecto que ha costado décadas construir y al que sin duda los humanistas cristianos vemos con particular agrado. Pero lamentablemente en su crisis mayor ha fallado. Si no fuera por liderazgos mundiales como Angela Merkel, y en menor medida la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, Europa ha sido un desastre. Punto aparte es la pretensión de Viktor Orbán en Hungría para transformarse en un autócrata de poca monta. Terrible es ver la inacción del resto de Europa para frenarlo.

Al frente del Canal de la Mancha, el errático manejo del primer ministro británico, Boris Johnson, terminó con el mismo hospitalizado. El primer acercamiento al tema fue que se siguiera con la vida normal. La enorme cantidad de víctimas dijo lo contrario. Hoy están en cuarentena total. Más cerca de casa, en el continente latinoamericano hemos visto la irresponsabilidad de los extremos. Bolsonaro y López Obrador han demostrado que el populismo no es de derecha o izquierda, es de irresponsables mesiánicos que no tienen interés por los hechos. Las consecuencias son muy preocupantes. La realidad de Ecuador y otros países muestran también las precariedades de muchos en la región para enfrentar una crisis así. La diferencia con Europa es que acá no había nada ya en común, y esta crisis solamente refleja que tras casi un siglo tratando de unirnos, seguimos sin partir en serio.

Punto aparte es Estados Unidos. Es el actor principal afectado. Tiene más problemas que incluso la autocracia de partido único en China. Tiene mucho que perder y muy poco por ganar. La principal democracia de occidente no fue capaz de hacer inteligencia y proyectar lo que venía. La administración del Presidente Trump confió en que sería un problema pasajero. Hoy se habla de un nuevo Pearl Harbor. Más encima, el federalismo está puesto a prueba en una pelea entre el  Mandatario y los gobernadores de los estados. El foco del conflicto es por las medidas de aislamiento social y por el uso de ventiladores en los hospitales. Estados Unidos, en su hora más crítica, puede perder su lugar en el mundo si es que no se maneja con sentido común y una mirada de liderazgo global.

Pareciera que estamos ad portas de un nuevo orden global, donde los liderazgos serán menos claros que hasta ahora y muy fraccionados. La democracia y el respeto de los derechos humanos cuestionados por quienes creen, como Viktor Orbán, que el orden público para enfrentar la pandemia es incompatible con la democracia. Un momento donde los escépticos del multilateralismo y de las organizaciones regionales de integración sentirán que su hora de triunfo se acerca, en mitad de la desgracia. Debemos evitar que eso ocurra. En estos momentos más oscuros, más democracia es la solución. En la soledad de la cuarentena los países deben pensar en más colaboración y pensar que este tipo de crisis solamente se solucionan juntos, y no como muchos han reaccionado. De verdad no sabemos dónde vamos, pero tenemos claro donde no queremos ir.

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