Al fin, algo sobrevive

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Aludo a Lucho Gatica, figura del pasado, a quien, muerto, se le homenajea sobria y justamente, por puro mérito; tal las cosas, una tremenda hazaña en estos días. Motivos los hay, por supuesto. Su notable voz e impecable profesionalismo; que triunfara fuera de Chile haciendo suyo el bolero, género más propio de otras latitudes americanas que las nuestras; que se acomodara a cuanto recurso técnico fue apareciendo (radio, cine y televisión); y que el ambiente del espectáculo no lo devorara como a tanta otra figura de la música popular. Muchos en aquel mundillo en pleno despelote, a partir de los años 60, no sobrevivieron esta prueba de fuego. Hay además en Lucho Gatica una singularidad posiblemente única, fruto de que residiera en el exterior y de que su llegada al público fuese siempre sin distingos, ni de clase ni políticos: nunca se le asoció con banderías, aun cuando su trayectoria coincidió con una época en que nos despedazamos como país. No puede decirse lo mismo de Violeta Parra o de Víctor Jara, ni siquiera de un poeta como Neruda (quien todavía despierta reservas de todo tipo), o incluso de Claudio Arrau, igual de admirado, aunque docto, por tanto, selecto, no popular.

Es que, de verdad, hay algo irrepetible en Lucho Gatica. Nos devuelve una época y comunidad irreparablemente perdida. La de un Chile que vibraba al unísono con una tonada chilena ("Yo vendo unos ojos negros") o un bolero mexicano ("Reloj no marques las horas") tanto en el Barrio Alto como en un humilde cité en una tarde de siesta tendida, que es como Pedro Lemebel en inolvidable columna rescata a su propio Gatica "gusto queer", también de Pedro Almodóvar; basta ver su película Entre tinieblas (1983) donde la madre superiora lesbiana y heroinómana entona "Encadenados" en doble con Gatica. ¿Qué otra figura nuestra abarca semejante amplitud de registros, públicos y tiempos?

Es esa cualidad impoluta-inocente, mítica por supuesto, lo que explica quizá que se tuviera que deponer, a lo menos durante un minuto extraordinario, nuestro escepticismo cínico tan de hoy. En la misma semana que un excomandante del Ejército, promovido por políticos hace décadas como encarnación de civilidad intachable, cayera en desgracia. ¿Es que no se puede evocar nada igual de potente a lo de este músico popular? ¿Ningún valor histórico compartido en Chile, porque nada de ello ya queda? ¿Nada de lo "viejo con todos sus privilegios de hábito, autoridad y ser concluso", como define Ortega y Gasset lo tradicional, que permita afrontar un mundo moderno autodestructivo, cual Banksy triturando su propia obra en una sala de subastas? ¿Nada de sí que pueda rescatarse para sí?

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