Ampuero, el débil

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Fouché, el famoso político de la época de la Revolución Francesa que sirvió y traicionó a todos los gobiernos, en su última época como funcionario de la restauración, no logró cabalgar en la marea realista de Luis XVIII y, para no irse, acepta con mutismo helado todas las humillaciones de los nobles que están vuelta al poder. Stefan Zweig, su biógrafo, describe esta etapa diciendo que "su hambre insaciable de poder ha convertido a este lobo audaz en un perro cobarde".

El canciller Roberto Ampuero, a quien solo le une a Fouché la habilidad para cambiarse de filas, debió sentir el mismo frío cuando vio al partido del Presidente aplaudir a rabiar a una diputada que se declaró pinochetista. No debe haberse sentido muy bien tampoco cuando buena parte del oficialismo, incluyendo al ex canciller Alfredo Moreno, recibe al diputado Bolsonaro, que resultó ser menos moderado que su padre. Y peor debe haber sido ver al Presidente dos veces en el patio de La Moneda, dando su apoyo a la decisión del Ministerio del Interior de no asistir a la conferencia de Marrakech sobre el pacto migratorio de la ONU.

Para el canciller, que había sorteado con éxito la prueba de fuego de La Haya y que posee las aprobaciones más altas dentro del gabinete, todos esto lo deja como el encargado de relaciones exteriores más débil desde el inicio de la democracia. Su mismo equipo deja testimonio de ello en una filtración a este medio sobre el enorme poder que posee un joven asesor del Segundo Piso, a quien, infructuosamente tratan de culpar de todos los desaciertos en la cumbre del G-20.

Ampuero se ha presentado a sí mismo como un demócrata cuyos giros políticos son resultado de una reflexión propia al descubrir la cara dictatorial de los regímenes comunistas. Por tanto, en ese relato es difícil encajar la decisión estratégica del gobierno actual de aliarse con los duros del mundo, como Bolsonaro, Trump o Salvini. Para todos ellos, los derechos humanos tienen un alcance relativo en la medida que no afecte los intereses de su país, sus electores duros o las encuestas. Esto es un peligroso ejemplo que pareciera que muchos quisieran imitar acá.

Todo esto no solo es incongruente con su relato personal, sino con la propia tradición de Chile en estos años democráticos, donde sus cancillerías han sido firmes contra la violación de los derechos humanos sin ambages ni consideraciones ideológicas. Pese a las toneladas de posverdad de muchos en el oficialismo, los dos cancilleres de la presidenta Bachelet fueron siempre firmes contra los abusos del chavismo en Venezuela y nunca se sumaron a las alternativas bolivarianas que buscaban también relativizar los DDHH bajo la lógica antiimperialista. En ningún caso, desde los segundos pisos de entonces (que tenían mucho más poder que el actual) se escuchó alguna cosa distinta a la política oficial de Chile.

También en materias de tratados internacionales Chile no ha jugado nunca al aislacionismo en estos años. El país siempre ha entendido que su prosperidad depende del comercio internacional y, por tanto, de su inserción política en el mundo. Por ello siempre ha sido país ejemplo en la ratificación de tratados internacionales, como fue hecho ver por los excancilleres. La decisión del gobierno de contestarle con insultos a través de una diputada cercana al Presidente, es muestra más que Ampuero, al igual que Fouché, prefirió quedar como el débil del gabinete en vez de cerrar la puerta por afuera.

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