Barco sin quilla

Piñera
Foto: AgenciaUno.


Sebastián Piñera pasa por un mal momento: la opinión pública considera que su gobierno es débil y poco hábil, mientras que a él no le tiene confianza y lo ve lejano. Su popularidad cae. Los problemas se le amontonan y no logra salir de ellos, como ocurre con el caso Catrillanca, que desangra a esta administración desde hace semanas. Incluso en los temas donde toma decisiones, como el Pacto Migratorio de la ONU, se muestra contradictorio y desprolijo. Las críticas ya no son sólo opositoras; provienen también del oficialismo, como ocurrió tras la renuncia del presidente del directorio de TVN y con la retirada del Gope desde la zona roja del conflicto mapuche.

Lejos están los días de la instalación de Piñera II, cuando cada paso parecía bien estudiado. Eso quedó atrás: desde la salida del efímero ministro de las Culturas, casi todo ha sido muy difícil para un gobierno que se ve confundido y un Jefe de Estado que luce ansioso.

La inquietud ha hecho que Piñera quiera estar en todo: fue su intervención la que terminó por generar la dimisión del director ejecutivo de Televisión Nacional; viajó a La Araucanía tras el incidente de Catrillanca; él asumió la responsabilidad por no suscribir el Pacto Migratorio. Al principio de su gobierno, el diseño comunicacional lo hacía figurar sólo en los asuntos que suscitaban acuerdo. Hoy, en cambio, aparece en todas partes, a toda hora y en todos los temas. Es el anti-Bachelet: nunca dice "paso" y jamás se entera por la prensa.

Nadie puede decir que a Piñera le faltan coraje y voluntad. Pero, sin estrategia, la valentía y la entrega quedan reducidas a temeridad y desorden. Con su deseo de aparecer a cargo de todo, el Presidente sólo transmite confusión.

La sensación de déjà vu resulta insoslayable. Esta película ya la vimos en Piñera I y el resultado no fue bueno. Porque detrás de la omnipresencia del Presidente vuelve a asomar la ausencia de fondo sustantivo de un gobierno que parece no comprender que a la gente no le basta con cifras macroeconómicas para juzgar positivamente una gestión.

Estamos en presencia de un navegante que cree que basta con agarrar con firmeza el timón, pero no advierte que el barco no tiene quilla. Así, lo que gana en velocidad lo pierde en sentido.

El Mandatario no ha cambiado, y eso se torna obvio ahora que su gobierno flaquea. El problema es -otra vez- la falta de sentido que permita orientar el quehacer y abra la posibilidad de sortear las dificultades. Esta carencia da pie a las marchas y contramarchas que observamos hoy, y que ya presenciamos entre 2010 y 2014. Una ausencia fundamental que ni el más hiperactivo de los presidentes es capaz de disimular.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.