Bendita tecnología

Celular
Bloomberg


Horas de planificación. Cinco llamadas telefónicas con agenda en mano. El verdadero desafío estaba en definir la hora y el lugar. Una verdadera logística coordinar cinco amigos para salir a comer. Y si decían que pasarían por ti a las nueve, era a las 9 nueve. Sin celulares, no había otra opción que ser puntual y ordenado.

Para hacer un amigo debías encontrar un interés común, conversar (conversar de verdad) y anotar su teléfono fijo o dirección para planear un nuevo encuentro. Para una foto se esperaba 24 o 48 horas. Si te gustaba algo o alguien, se lo decías a la cara, y si no te animabas, podías mandar un corazón, pero en un papel. Si eras fan o seguidor de alguien, comprabas revistas y hacías recortes, o ibas a sus conciertos. Y para escuchar su música llamabas a la radio y con una paciencia bárbara, esperabas solamente para cantar el tema.

Con la globalización, todas esas acciones que requería un esfuerzo hoy casi impensable se redujeron al movimiento de un dedo, lo que ha llevado al gobierno de Chile a plantear una consulta ciudadana sobre el uso de los celulares en los colegios. Hoy, preparan orientaciones para que los establecimientos incluyan en su reglamento interno, normas dentro de la sala de clase y en los recreos. Y es que los estudiantes tienen en un solo aparato una, dos, tres fotos; la llamada; el mensaje en grupo; un follow, un unfollow; play y pause, en cuestión de segundos y al mismo tiempo. El acceso a la información, el conocimiento e incluso el aprendizaje, se aceleraron de tal manera, que la dinámica misma del mundo cambió y hoy vivimos en la era de la inmediatez.  Inmensas ventajas e innumerables problemas, tantos que muchos de ellos no los hemos descubierto aún.

Los comunicadores, publicistas y marketeros, entendimos esta dinámica y nos encontramos con el paraíso de la data. Información que nos permite saber los intereses, búsquedas, localización, compras previas, interacciones, reacciones y mucho más sobre las personas. El reciente documental de Netflix "Nothing is private" expone muy bien el problema y los dilemas éticos que conlleva. Cruzando variables simples se pueden interpretar gustos, estados de ánimo e incluso predecir intenciones. Ya no sorprende ver mágicamente publicidad de viajes, cuando se está planeando uno.

Sin embargo, hoy el debate no es desde el rol de comunicador, publicista o estratega. Sino que está en un espacio más personal: el de padre de familia. Nuestros hijos, "los centennials", a diferencia de nosotros millennials", nacieron con "el chip" tecnológico implantado. No conocen otra fórmula que la inmediatez y el acceso total a la información. Y cuando digo "total" no exagero. Por mayor control, filtro o prohibición que decidamos ejercer, más tarde o más temprano, por un lado, o por otro, pueden acceder a todo lo que su curioso cerebro quiera. Ese "privilegio" reservado para la adultez, hoy es patrimonio de todos.

Como padres no podemos taparnos los ojos ante esta realidad, y pretender aislar a nuestros hijos de esta dinámica, mucho menos privarnos de una herramienta que nos permite tener una línea directa de comunicación o un botón de emergencias para cualquier necesidad en la vorágine de estos tiempos. Debemos, sin embargo, predicar con el ejemplo. No es suficiente estar más informado que ellos, hablar sobre el uso correcto del celular y el internet, poner reglas o peor aún pensar que una app de control parental puede hacer este trabajo por nosotros. La clave está en entender que los niños emulan lo que hacemos los adultos, por ende, la manera en la que nosotros interactuemos con la tecnología es más importante de lo que pensamos.

Los "hijos de la tecnología" naturalizaron al Smartphone y por ello no les resulta imprescindible para vivir; lo ven como una herramienta de comunicación, a pesar de que el éxito y la interacción social, se rige principalmente por la mensajería instantánea, los juegos online y en menos medida las redes sociales. El estrés provocado por dos vistos azules o un amigo que no se "une" a ese juego, sigue siendo un factor de frustración, rabia e incluso depresión. Reacciones que ponen a nuestros hijos en posición de vulnerabilidad, haciéndolos propensos al cyberbullying o el catfishing.

Algo que no ha cambiado en el tiempo, es la razón de ser de las escuelas y colegios. A pesar de que han evolucionado pedagógica y tecnológicamente, siguen siendo el espacio donde esperamos que nuestros hijos desarrollen ciertas habilidades mentales y sociales. Para esto los niños deben pasar tiempo con niños, expuestos a la mayor diversidad de pensamientos, culturas y opiniones posibles. Aprender a interactuar entre ellos y con ellos. Para los centennials la diversidad está a un click de distancia, por lo cual es coherente y sano que la vivan en su entorno diario.

Esta interacción determina en gran medida como nuestros hijos se desenvolverán en la universidad, el trabajo y su vida futura. Adicionalmente el tener un entorno social establecido, disminuye la necesidad de aceptación, que es fácilmente compensada con falsas interacciones en línea. Y les da bases sociales y emocionales para saber como reaccionar ante situaciones diversas. Es preocupante entonces, cuando llegamos al colegio a recoger a nuestros hijos, y en lugar de verlos correr por el patio, los vemos sentados en grupo cada uno en su móvil, acompañados, pero solos, en un entorno social, pero alienados.

Los colegios aceptar los celulares como una herramienta valiosa de comunicación, pero a su vez controlar y limitar su uso a estas ocasiones evitando que los niños pasen tiempo innecesario clases. Los comunicadores podemos usar de manera responsable la data y los ciberespacios, respetando la moral básica, el espacio personal y estableciendo límites entre las oportunidades de comunicación y la manipulación. Y lo más importante, los adultos podemos dar el ejemplo correcto, limitando el uso de tecnología frente a nuestros hijos, dándole a la familia el tiempo y el espacio que se merece y manteniendo los momentos sociales con esa interacción sana entre personas. Los adultos debemos ser conscientes de que cada acción nuestra, es observada y replicada por nuestros hijos, alumnos o pupilos y que, independientemente de que los comunicadores, educadores o profesionales decidan tomar la postura correcta, si no cambiamos, no cambiarán nuestros hijos. En cambio, "yo yo cambio, aunque nada cambie, todo cambia".

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