¿Boomerang constitucional?

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Hace un par de semanas, Carlos Correa advirtió en estas páginas sobre el riesgo que significaría para la oposición su fragmentación entre varios comandos en la franja televisiva del plebiscito constitucional. Conocida la distribución precisa de los tiempos, sorprende aún más su división: algunos, como el excandidato presidencial Alejandro Guillier, ni siquiera alcanzan a tener un segundo. Si la causa de la nueva Constitución une a la izquierda, ¿cómo explicar esta apuesta por mensajes sumamente breves y dispersos?

En primer lugar, y más allá de los factores coyunturales que siempre influyen en los fenómenos políticos, este panorama se explica por los variados diagnósticos e ideas constitucionales que conviven en el lado izquierdo del espectro, muy diferentes entre sí. Tras la aparente unidad en torno a la bandera del "apruebo", ahí coexisten miradas demasiado distintas, tanto a la hora de justificar la nueva Carta como al momento de pensar en el papel del Estado, el alcance y protección de los derechos fundamentales, etc. Si se quiere, se trata del problema inverso al del oficialismo. Mientras este se encuentra tensionado de cara al plebiscito, sus diferencias disminuyen al entrar en los contenidos. En la oposición, en cambio, la unidad -o lo que quede de ella- probablemente terminará el 26 de abril.

Pero eso no es todo. La división de la izquierda también puede ser leída como una nueva manifestación de sus crecientes dificultades -las mismas que sufre el progresismo a nivel global- para hablarle a las grandes masas ciudadanas. Durante los últimos años, su tendencia es dirigirse a un puñado más o menos amplio de minorías, desde los animalistas a los grupos LGBT, pasando por diversas agendas que cautivan a las élites cosmopolitas, pero no necesariamente al pueblo. Algo de esto ya se observa en afiches que circulan en favor del "apruebo" (y también, dicho sea de paso, en la curiosa diatriba de Revolución Democrática contra el "amor romántico" que sacudió las redes sociales la semana anterior). Ya conocemos las consecuencias de olvidar las prioridades e inquietudes de aquellas mayorías que, a la hora de votar, le dieron el triunfo al Brexit, Trump y otros casos semejantes.

Desde luego, el escenario descrito le ofrece una incipiente oportunidad al oficialismo de recuperar terreno en la opinión pública. Para ello, sin embargo, Chile Vamos debe abandonar las peleas de poca monta y -esto es lo principal- tomarse muy en serio el anhelo de renovación institucional; ojalá intentar conducirlo.

Ciertamente, el proceso constituyente puede volverse contra la oposición, pero ni la demanda por un nuevo pacto social ni la desconexión entre la política y la ciudadanía son un invento suyo. Olvidar esto es el riesgo de la derecha (y del país).

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