Columna de Max Colodro: Cambio climático

Piñera ONU
Foto: Reuters


Hace justo un año, nada hacía presagiar que el medio ambiente se convertiría en el eje de la atención pública mundial. En una época donde el colapso de los proyectos políticos alternativos a la globalización capitalista ha sido sublimado por una secuencia de agendas de cambio cultural, en 2018 buena parte de los debates y tensiones globales giraron en torno al feminismo, a la necesidad de combatir los abusos hacia la mujer y los factores que inciden en la inequidad de género.

Tal como ocurrió en su primer gobierno con el rescate de los mineros, la intuición de Sebastián Piñera dio ahora lugar a otro acierto: asumir el riesgo de organizar en breve plazo la COP25, en el preciso momento en que la temática ambiental pasaba a ser la principal preocupación de la comunidad y los liderazgos mundiales. Su participación en la reciente Asamblea General de la ONU, donde el cambio climático destacó como prioridad global, vino a ser la confirmación de esta notable coincidencia, provocada por una apuesta política que tempranamente está dejando dividendos en la arena internacional.

Organizar en Chile la XXV Conferencia de las Partes (COP) sobre cambio climático de la ONU, le permitirá al gobierno y al propio Mandatario ser anfitrión de representantes de 197 países, que entre el 2 y 13 de diciembre próximo se darán cita en Santiago para discutir sobre el cumplimiento del Acuerdo de París. En síntesis, una agenda que no solo permite proyectar un liderazgo en una temática que hoy concentra los focos de la atención mundial, sino también, que puede ayudar a descomprimir en algo la crispación existente a nivel de política interna.

En efecto, más allá de los resultados concretos de la cita mundial, y de lo que puede implicar reunir en Santiago desde Emmanuel Macron hasta Greta Thunberg, la interrogante es si el gobierno tendrá la habilidad política para traspasar el clima generado por esta circunstancia al ámbito local, es decir, ayudar a mejorar las percepciones y los índices de confianza en su gestión, destrabar iniciativas en el campo legislativo, e incluso convertir los desafíos y eventuales avances en materia medioambiental en un inesperado sello de esta administración. La otra posibilidad es que este encuentro quede simplemente "encapsulado" en el ámbito de la política exterior y la discusión técnica, que sus logros no pasen de las declaraciones formales, y que la ciudadanía termine observando toda la puesta en escena con una inevitable distancia o, peor, con abierta frustración y desencanto.

No se trata de saber sacar rendimiento político y comunicacional a un momento y una circunstancia sin duda plenos de potencialidades. Al contrario, Chile enfrenta en la actualidad desafíos ambientales enormes: desde los efectos de la sequía a las bien llamadas zonas de sacrificio (de las cuales Quintero es el principal emblema); de la necesidad de mejorar los criterios de evaluación de los impactos asociados a proyectos productivos hasta las definiciones que es imprescindible tomar en materia de preservación de los glaciales. Todos ámbitos complejos, donde las diferencias entre visiones políticas e intereses económicos no han dejado mucho espacio para hacer algo distinto a lo realizado hasta ahora por los últimos gobiernos. La capacidad de articular nuevas respuestas, de construir acuerdos de largo plazo en estas materias, será también parte de las cosas a ser evaluadas a partir de los resultados de este encuentro y del cambio asociado a la sensibilidad emergente.

Sin duda una oportunidad grande; y también un riesgo si al final no existe la habilidad política para aprovecharla adecuadamente.                

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