Carlos Carmona

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Desde ayer Carlos Carmona ya no es parte de nuestro Tribunal Constitucional (TC). Quiero dedicar algunas líneas a la contribución de Carlos Carmona. Este es el momento para hacerlo. Cualquier cosa positiva que hubiera escrito sobre la persona de Carmona hace seis meses o seis años podía, perfectamente, ser leída, por los mal pensados, como parte del esfuerzo de un abogado por mejorar sus bonos en la Corte. Hoy, en cambio, y una vez que Carmona ya no tiene poder para influir sobre el destino de mis recursos y requerimientos, puedo expresarme sin ningún tipo de pudores.

Comienzo destacando el inmenso caudal de saber jurídico que ha ido acumulando Carmona. Y no solo estoy hablando de un conocimiento enciclopédico sobre normas, fallos y autores (que lo tiene en grado superlativo); estoy refiriéndome, además, al manejo de criterios y principios de razonamiento que hacen a un verdadero jurista. Desde afuera, es imposible cuantificar exactamente el grado de influencia que ha tenido Carmona, individualmente considerado, sobre el curso de las doctrinas jurisprudenciales del TC. En todo caso, con solo revisar las sentencias de mayoría que le cupo redactar y los votos disidentes de su autoría, salta a la vista el enorme peso que han tenido sus diferentes opiniones.

Debo valorar especialmente, en segundo lugar, la circunstancia de haber sido Carmona un impulsor principal de la decisión de trasladar al TC de vuelta al barrio cívico de la capital. Se trata, a primera vista, de una cuestión que puede parecer pedestre. La verdad, sin embargo, es que dejar el frío edificio, estilo Sanhattan, de Apoquindo 4000 para instalarse en el maravilloso edificio patrimonial de Huérfanos 1234 encierra todo un simbolismo sobre estética republicana y tradición nacional. Existe, por supuesto, el contratiempo de estar el TC hoy más cerca de funas y protestas. En lo que a mi respecta, sin embargo, instituciones republicanas como el TC no están para guarecerse de la protesta en la comodidad de la cota mil sino que para dar la cara a los movimientos ciudadanos. Y para eso, no hay nada mejor que el centro de la ciudad.

La verdad sea dicha no tengo ninguna deuda con Carmona (ni de las jurídicas ni de las otras). No llevo una estadística exacta, pero apostaría que en un buen 60% de los casos en que me tocó litigar o alegar ante el TC Carmona votó en contra de las que eran mis pretensiones o peticiones. Y si Carmona votaba en contra de muchas de mis tesis es porque, en áreas importantes del Derecho Público, pensamos bastante distinto. Su aproximación general a la Constitución, construida desde las bases legales de la historia nacional, es diferente a mi idea de una Carta Fundamental que no debe leerse desde las normas inferiores.

En muchos sentidos, el voto de Carmona era un voto bastante previsible. No lo era, sin embargo, porque fuera dócil a las instrucciones de un gobierno o un partido. Carmona votaba como Carmona pensaba (y si Carlos nunca votó contra una regulación progresista fue porque nunca encontró una que no pudiera salvarse a la luz de su honesta confianza en las posibilidades del Estado administrador). Fue un hombre que se tomó en serio su trabajo. Por eso, y por otras razones, este servicio suyo al país merece reconocimiento.

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