El chantaje de las nuevas violencias



Nos costará superar los estragos de la crisis en el plano económico y social, pero quizás mucho más en el terreno político, cultural y emocional. Un comentarista radial dijo al despedir el año que "Chile necesita paz, pero con justicia social". La palabra importante allí es "pero", que tiene el valor de advertencia: si no hay justicia social, no habrá paz, o será una paz que no valdrá la pena defender. Es más o menos lo mismo que dan a entender numerosos parlamentarios de oposición, exministros de Bachelet incluso. Lo proclaman también las agrupaciones de la mesa social cuyo núcleo son los empleados públicos que exhiben un récord de huelgas con sueldo asegurado.

Esos sectores han llegado a la conclusión de que la ruptura de la paz resultó políticamente beneficiosa para ellos y que, por lo tanto, hay que hacer política de un modo que capitalice el extendido temor de la población a nuevos estallidos de violencia y destrucción. Dicen no compartir el vandalismo, pero lo usan finalmente como instrumento de extorsión. Es el estallido del cinismo.

Por eso necesitan que la tensión y la crispación se mantengan y que los viernes heroicos sigan adelante. Es el culto a La Calle, esa diosa arbitraria ante la que se arrodillan hoy varios precandidatos presidenciales dispuestos a "bailar para pasar". Mientras tanto, mucha gente se pregunta si se volvió definitivamente peligroso opinar libremente sin riesgo de ser funado e insultado, si es irreversible la captura del país por parte de los fanáticos e inquisidores. Esta es, sin duda, la herida más profunda dejada por una crisis que, desde el principio, tuvo activistas del quiebre institucional, pero que fue favorecida también por quienes vieron una oportunidad para sus negocios de poder. Unos y otros, se muestran hoy frustrados porque Piñera sigue en La Moneda, cuando los cálculos eran otros.

A partir de octubre se hizo evidente cuán acomodaticio es el compromiso de la mayoría de los partidos opositores respecto de los procedimientos de la democracia representativa: parecen valer siempre y cuando gobiernen ellos. Es una manera de actuar que extiende una enorme sombra sobre el futuro, y que naturalmente hace dudar de las perspectivas del proceso constituyente.

¿Qué valores prevalecerán en nuestro país? No está escrito, por supuesto. Nada está garantizado. Ya hemos visto el peso que tienen hoy los acomodos. Hay que batallar para que los extravíos populistas no lleguen a imponerse. Lo primero es la lealtad con los fundamentos de la democracia, y eso implica rechazar la violencia sin vacilaciones. Necesitamos apostar por el civismo, el respeto y la racionalidad.

Chile tiene fuerzas para salir adelante, pero hace falta que confluyan en un mismo empeño por curar las heridas, asegurar la estabilidad institucional y recuperar el dinamismo de la economía. Solo así podremos tener una sociedad más justa.

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