Chile, país minero. ¡No! País de cuidadoras

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“¿En qué trabaja su esposa? -Mi señora no trabaja, es dueña de casa”. Cuán a menudo hemos escuchado esa frase, afirmación que avalan las estadísticas de empleo, pues las labores sin retribución económica se consideran “inactividad”.

De igual forma, el Sistema de Cuentas Nacionales no considera los “servicios domésticos y de cuidado no remunerado producidos para el propio hogar o para hogares de terceros” dentro del Producto Interno Bruto (PIB). Es decir, en la herramienta universalmente estandarizada para evaluar el desarrollo de los países, estos servicios no se miden, no se valoran ni se gestionan.

Con ello se han institucionalizado varios supuestos falaces, como que las y los trabajadores aparecen en “la pega” por generación espontánea. O el absurdo de suponer que no existen responsabilidades domésticas y de cuidado que realizar en el día y, por tanto, que se puede disponer de una persona 24/7 o, peor aún, asumir que solo las mujeres las tienen, porque son naturalmente las encargadas de la familia.

Para visibilizar y reconocer un trabajo esencial para la generación de riqueza y crítico para el bienestar social y el devenir de la economía del país, ComunidadMujer, con apoyo de la UE -a partir de la Encuesta nacional sobre el uso del tiempo (INE, 2015)-, realizó una valoración económica del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado (TDCNR) que realizan las personas mayores de 15 años en Chile, alcanzando los 44 billones de pesos al año, lo que hace crecer al PIB correspondiente en 28%. De este “PIB ampliado”, el TDCNR equivale al 22%, transformándose, aunque sorprenda, en la actividad económica más importante, superando con creces al aporte de la minería (6,7%), el comercio (8,8%), la industria (9,1%) y los servicios financieros y empresariales (11,8%). Un 72% de ese valor es aportado por las mujeres, quienes, con su trabajo gratuito, subsidian el desarrollo del país.

Así, pese a su importancia, la valoración social de este trabajo es escasa; faltan políticas que mejoren sus condiciones o que desnaturalicen los sesgos de género, promoviendo la corresponsabilidad parental y social. Tampoco hay suficientes reconocimientos que se materialicen en beneficios o subsidios, ni herramientas para medirlo; por ello, quienes toman las decisiones enfrentan puntos ciegos respecto de la actividad económica más relevante.

Es claro que la economía no es neutral al género. En la OCDE, destacando las bondades del PIB, están asumiendo sus limitaciones para medir la calidad de vida de las personas, sugiriendo nuevos instrumentos e impulsando, como Nueva Zelanda, los primeros presupuestos de bienestar.

Ya sabemos que el TDCNR hace una inmensa contribución a la economía. Ahora es imperativo aplicar políticas transformadoras -cuidado universal, protección social y laborales- para reconocer, reducir y redistribuir, como plantea la OIT. Partamos pues aplicando este reconocimiento en la reforma de pensiones, cuyo importante debate debe reanudarse estos días.


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