Civilización, decadencia y barbarie



Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

¿Es usted de los que se siente inhibido de usar ciertos términos, teme recurrir a expresiones que pueden ofender: llamar a un desalmado, salvaje, a un escenario delirante donde arrasan con todo, incivilizado, y a cuantos validan estas barbaridades porque les parecen auténticas, unos decadentes? No debiera cohibirse. Para historiadores, términos de ese tipo resultan imprescindibles. Pienso en Jacob Burckhardt; no me lo imagino hablando de otro modo. Sostiene que ser salvaje es la antítesis de ser civilizado, aunque ser lo uno no impide volverse lo otro. Si basta con dejar de revolucionar en torno al presente y sus necesidades apremiantes, rememorar tiempos pasados (como los de las épicas heroicas) o admirar ruinas romanas, y se deja de ser bárbaro. Con mayor razón de llegar a compararse con ese pasado glorioso y querer emprender grandes acciones futuras equivalentes. Podría ser al revés, en cuyo caso se decae.

Tampoco vaya a pensar que esta visión es rancia, propia de un apolillado historiador viviendo en Basilea a fines del siglo XIX. A Burckhardt se le conoce por haber detectado y definido el giro moderno de Occidente a partir del Renacimiento, cuya novedad admiró sobremanera. Nunca fue retardatario. Ello no obstante, gran cicerone, especializado en mirar, intuyó con extraña premonición sus más sombrías potencialidades -que las revoluciones arrastran a lo contrario que pretenden conducir, a guerras, despotismos y estados militares capaces de convertir sociedades en “grandes fábricas”, es decir, el totalitarismo-, por lo que se le tiene de profeta de las catástrofes del siglo XX. Cuando reparó que hacia ese abismo se iba, dejó a un lado todo ángulo político, y se volcó a salvaguardar el legado civilizatorio europeo amenazado, a fin de que sirviera “al menos de algo el día de la inevitable restauración”.

En nuestros tiempos, a pesar de que todo se relativiza, el término civilización sigue usándose. Ulrich Beck en La sociedad del riesgo (1986) no tiene empacho en decir que los riesgos que hoy padecemos producto del progreso y creación de riqueza ponen en jaque a la civilización; vivimos en una sociedad catastrófica en que incluso “el estado de excepción amenaza con convertirse en el estado de normalidad” (las últimas medidas decretadas en Chile para combatir el desenfreno epidémico lo atestiguan). Niall Ferguson publica en 2011, Civilization: The West and the Rest para explicar cómo fue que Occidente se volvió el amo del mundo hace cinco siglos y ha dejado de serlo ahora último por falta de fe en sí mismo. Paul Betts en Ruin and Renewal (2020) aborda cómo Europa se volvió a civilizar después de la barbarie durante la Segunda Guerra Mundial. No hay que dejarse amedrentar. Urge poder volver a mirar, decir las cosas por su nombre en Chile, y terminar con las mordazas.

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