Columna de Ascanio Cavallo: El animal de las promesas

Los candidatos Gabriel Boric y José Antonio Kast.


¿Cuántas serán las personas que están dedicadas a buscar las inconsistencias de Gabriel Boric y José Antonio Kast? Imposible saberlo, pero de seguro son muchísimas. Y también es seguro que encontrarán esas contradicciones, retractaciones, volteretas, cabriolas y ballesteos. No hay ser humano que no las tenga. Pero el supuesto, razonable o no, es que de los candidatos presidenciales se espera un estándar diferente.

También es lógico que Boric y Kast tengan que ser mucho más elásticos que lo usual. Antes de la primera vuelta ambos estaban sindicados en los polos del espectro, según coincidían los estudios de opinión. En las votaciones del pasado 21 de noviembre, 3,1 millones de votos se fueron a los candidatos ubicados en el intermedio, mientras que cada uno de los dos ganadores arañó -pero no alcanzó- los dos millones de votos. En el supuesto de que dentro de dos semanas votaría un número similar de personas, los dos necesitan casi duplicar sus resultados para obtener la Presidencia de la de República. Es un salto muy largo.

Tanto, que las retractaciones, las excusas y las revisiones tienen, igual en Boric que en Kast, una muy débil credibilidad. Parecen -y lo son- correcciones introducidas con escasa convicción, a contrapelo y sin muchas intenciones de cumplirlas. En ninguna elección anterior el desplazamiento forzado de los candidatos había sido tan obvio como en este caso. La política no había exhibido esta mundanidad tan cruda, esta búsqueda tan ansiosa e interesada de millares de votos.

Casi 900 mil de esos sufragios fueron a dar a Franco Parisi, el único de los candidatos que parece tener cierta propiedad sobre sus adherentes, a pesar del maltrato incesante -y hasta las ganas de proscribirlo- que todos sus adversarios le propinaron. Hay una crudeza mayor que la acostumbrada en los esfuerzos de Boric y Kast por ganarse la aprobación de Parisi y quedarse con su botín en la hora nona. Parisi, como la novia necia, se deja cortejar.

Como si hubiese querido contribuir a este ambiente transaccional, el Parlamento rechazó el viernes el cuarto retiro de los fondos de las AFP, en estridente confirmación de que los anteriores estaban ligados a intereses electorales inmediatos. (Hay que exceptuar de esto a los pocos pero importantes casos que tienen claridad respecto del objetivo de liquidar las AFP y desestabilizar el sistema financiero, como parte de un programa político más amplio; son los que saben que, explicados de esa manera, los retiros asustan y recogen pocos votos entre esos parlamentarios que no entienden mucho). El cuarto retiro tenía alta popularidad -hasta 85%, según una encuesta de Ipsos-, pero una parte de ella se explica por la percepción de que los fondos están amenazados por una posible expropiación “a la argentina”, y no sólo por la crítica al sistema.

La poca credibilidad de Boric y Kast se produce, además, en un singular ambiente social, que viene siendo configurado por lo menos desde el 18 de octubre de 2019, o quizás desde antes, cuyo rasgo principal es el total deterioro de las confianzas entre los chilenos. La misma encuesta de Ipsos muestra que todos los indicadores de bienestar y cohesión no llegan al 10% en juicios positivos, desde la “unidad en el país” hasta el “espíritu de diálogo entre nuestros líderes”. Muy pocos creen en el respaldo del Estado, en la gobernabilidad del país, en las instituciones e incluso en las personas. Sólo la categoría “solidaridad entre las personas” escala a un mezquino 16%.

Este es el retrato de un estado de anomia. Más que pedirles perdón a sus adversarios o borrar amenazas de sus programas, Boric y Kast tendrían que poner atención a esto: se enfrentan a un país desanimado, desconfiado y desunido. Cada uno tendrá sus propios diagnósticos acerca de las razones que condujeron a este estado de cosas, pero escucharse a sí mismo, aunque suele ser un enorme motivo de satisfacción, es una mala idea para hacerse cargo de un gobierno. Igual que el resto de los dirigentes, Boric y Kast también son culpables de lo que ocurre.

Nietszche escribió alguna vez que el ser humano es el único animal con derecho a hacer promesas. Pero las promesas limitan siempre con el entendimiento de lo que es posible; de otra manera se convierten en supercherías, en fanatismo febril o en escepticismo nihilista. Nada de eso se aviene con un candidato presidencial. Esta vez, las promesas tienen cercos notablemente estrechos.

El factor exógeno es la situación económica. Todo indica que al próximo gobierno no le faltará dinero -el cobre está viviendo un nuevo superciclo, aunque de duración incierta-, pero tampoco le faltarán demandas sociales. El equilibrio entre ambas cosas es un ejercicio de finura que no está disponible entre los aficionados, y es también lo que hace la diferencia entre los buenos y los malos gobiernos.

El próximo cuatrienio recibirá como herencia estas presiones, una inflación olvidada por más de 20 años, el golpe retardado de la parálisis pandémica, el rebrote del desempleo y un retroceso del consumo y la inversión. Algunos de estos efectos pueden ser evitables, pero todos mejoran un poco si mejora el clima de la sociedad. La razón dice que todas las instituciones deberían comprenderse en ese fin, pero por los próximos meses el peso mayor de la responsabilidad caerá sobre quien sea elegido presidente.

Bienvenido a La Moneda.

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