Columna de Gonzalo Cordero: Nueva izquierda, viejos fracasos
En pocas horas, ya se han hecho casi todos los análisis posibles sobre la estrepitosa derrota de Kamala Harris y el partido Demócrata. Hasta hace solo unas pocas semanas parecía que su victoria era inevitable y sería muy fácil de explicar. Cómo podía ganar la Presidencia por segunda vez un tipo desagradable, de un narcisismo evidente, machista y condenado por la justicia. Imposible.
La candidata demócrata parecía destinada a ser la primera mujer en llegar a la Casa Blanca. Pero ello no sucedió y, más aún, la victoria de Trump y los republicanos es de las mayores en la historia de la democracia norteamericana. Lo sucedido no es trivial.
A la derecha chilena, que tiene una atávica tendencia a camuflar su identidad política, a prometer eficiencia y que tiende a llamar moderación a su disposición a eludir la confrontación de modelos de sociedad, porque “la gente está cansada de las peleas políticas”, la elección de Trump debería dejarle una lección: esa fue una victoria completamente política.
En Estados Unidos se confrontaron dos proyectos: el de la izquierda identitaria, representado por una candidata carismática, con excelente formación académica; y el de la derecha conservadora, encarnado por una caricatura a la que cualquier persona sensata le debiera costar votar. La explicación simplista y poco democrática es que esa conocida como la “América profunda” está poblada por la peor versión de Homero Simpson, ignorantes que se creen las falsedades que les dicen en las redes sociales. Esta vez habrían ganado las mentiras y los ignorantes.
La otra explicación es que, más allá de la identidad de los candidatos, los norteamericanos optaron por un conjunto de valores que determinan las prioridades con las que se debe gobernar su país. Dicho en simple: los electores de la primera potencia no fueron a votar por personas, fueron a votar por ideas. Y, por eso, los ganadores tienen un mandato claro, que les confiere legitimidad para llevar adelante los cambios que los ciudadanos piden y respaldan.
La nueva izquierda, esa a la que ya no le importa realmente la pobreza -los pobres votan cada vez menos por ellos-, sino las minorías, las identidades de género o, como diría nuestra ex “no primera dama”, las cuerpas, fracasó igual como fracasó estrepitosamente la vieja izquierda hace exactamente 35 años, el 8 de noviembre de 1989, cuando cayó el muro de Berlín, símbolo mundial del derrumbe del socialismo.
Desde ya anticipo la respuesta: no se puede comparar Estados Unidos con Chile, nosotros somos distintos. Esa pretendida diferencia ha sido siempre el refugio del provincianismo. Una cosa es que los fenómenos sociales ocurran a distintas velocidades en distintas sociedades y otra es que podamos declararnos de una especie diferente, aislados de las tendencias de la cultura a la que pertenecemos.
La economía, la inmigración, la inseguridad son problemas políticos. Las sociedades buscan una nueva dirección y no quieren la de la izquierda; ni la de la nueva, ni la de la vieja.
Por Gonzalo Cordero, abogado