Columna de Gonzalo Islas: La suerte y la mente preparada

27/01/2023 FOTOGRAFIAS AL MINISTRO DE HACIENDA, MARIO MARCEL FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA


Dentro de su extensa trayectoria, uno de los cargos relevantes que ocupó anteriormente el ministro de Hacienda, Mario Marcel, fue el de Director de Presupuesto entre los años 2000 y 2006. No se trata de un periodo cualquiera, fue precisamente donde se introdujo el balance estructural como eje de la política fiscal y el manejo de las finanzas públicas. Este concepto implica estimar los ingresos fiscales que se obtendrían sin considerar las fluctuaciones del ciclo económico y fijar un nivel de gasto público de forma coherente con dichos ingresos. En su formulación original, la regla establecía como meta autoimpuesta para el Fisco chileno alcanzar un superávit estructural anual equivalente al 1% del PIB.

Como indica el propio Marcel en un artículo publicado en 2001, los países en desarrollo como Chile “tienden a estar más expuestos a vuelcos en las percepciones externas sobre su desempeño económico y, por lo tanto, requieren de un esfuerzo muy significativo para asegurar consistencia y credibilidad en su condición macroeconómica”.

Los resultados fueron notables. Entre el año 2000 y 2008, el balance fiscal estructural se mantuvo en el rango de la meta, lo que sumado a una coyuntura económica favorable, permitió acumular importantes superávits del balance efectivo del gobierno, alcanzando un 8,7% del PIB en 2007. Esta acumulación permitió fortalecer los Fondos Soberanos, los que más tarde permitieron financiar políticas de apoyo cuando los efectos de la crisis subprime golpearon a la economía chilena el 2009 y un ambicioso paquete de medidas durante la crisis del Covid.

Por distintas razones la regla fiscal fue perdiendo fuerza, y durante la última década, los déficits fiscales fueron recurrentes. Si bien no al nivel de otros países de la región, este deterioro fiscal se reflejó en aumentos del stock de deuda pública y rebajas de la clasificación de riesgo de esta deuda en los últimos años. Como indicaba un informe de la agencia Standard&Poor’s del 2021, estas rebajas estuvieron basadas en “la marcada erosión de las finanzas públicas de Chile durante los últimos 10 años, que probablemente se estabilizarán a un nivel debilitado una vez que la pandemia retroceda”.

En este contexto, el superávit fiscal del 1,1% anunciado hace pocos días es una noticia relevante y el reflejo de una institucionalidad económica y política, que pese a las dificultades de los últimos años, mostró que el compromiso con la sostenibilidad fiscal no había pasado al baúl de los recuerdos: primero, con un Congreso que a pocas semanas de las elecciones presidenciales del 2021, aprobó un presupuesto que retiraba los estímulos fiscales utilizados el 2020 y 2021; y luego con un gobierno, que en un año nuevamente electoral como fue el recién pasado, evitó en su mayor parte las tentaciones populistas, ejecutó en forma eficiente el gasto y privilegió el uso de medidas focalizadas de apoyo a la actividad económica permitiendo que el Banco Central liderara un combate a la inflación que ya está mostrando frutos.

Si bien es cierto, como todo en la vida hay algo de azar en este resultado, ya que sin las alzas de los precios del cobre y del litio difícilmente se hubiera alcanzado este superávit, no cabe duda del mérito en la conducción fiscal. Por ello, cabe recordar la frase de Luis Pasteur: “la suerte favorece a la mente preparada”.

Por Gonzalo Islas Decano Facultad Ingeniería y Negocios Universidad de Las Américas

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