Columna de Héctor Soto: Bandera blanca

Sesión de la Cámara de Diputados en la que se aprobó el tercer retiro del 10%. FOTO: DEDVI MISSENE


Cuando en un tiempo más los chilenos miremos en retrospectiva los difíciles días que corren, nos llamará la atención, tanto o más que la severidad de la pandemia, la pequeñez del actual escenario político. Será difícil encontrar en la historia del Congreso chileno una legislatura más destructiva que la actual. En momentos en que el país realmente vio de cerca horizontes catastróficos, lo que salió del Congreso en estos meses no ha sido otra cosa que una siembra sistemática de desconfianza, incertidumbre, disociación y populismo. Este es el Congreso que eludió una condena resuelta y unánime a la violencia. Es el que hace pocas semanas regateó la prolongación del estado de catástrofe. El que no ha dejado tecla por tocar para debilitar la confianza en las autoridades sanitarias. El que pidió cuarentenas antes de tiempo y las resiste cuando se decretan según factores objetivos. El que llegó a acuerdos con el gobierno para financiar ayudas a la población por la epidemia y que, días después de haberlos suscrito, los violó promoviendo iniciativas de mayor gasto. El que, poniendo en remojo su presunta vocación democrática y su respeto a los veredictos electorales, se entusiasmó con la posibilidad de botar al gobierno en medio del movimiento social, que fue la agenda del PC desde el día uno del estallido y que fue también, 64 días después del inicio de las protestas, la de 79 diputados de la República que intentaron destituir al Jefe de Estado. Es el que además ha acusado constitucionalmente ocho veces a ministros de Estado y altas autoridades del país y el que encontró el resquicio en que nadie pensó para destruir, a la mala, el sistema de pensiones. Es el que tramita proyectos de ley al margen del texto y el espíritu de la Constitución y el que ha hecho descender el prestigio del legislativo a niveles impresentables.

Aun cuando Chile tiene inmensas dificultades en su horizonte sanitario y económico, los nubarrones verdaderamente amenazadores son los que se han instalado en el plano político. Lo ocurrido ha puesto al desnudo muchas cosas. Sí, ha habido conducción zigzagueante y poca mirada estratégica en La Moneda. Sí, hay episodios en el manejo de la crisis sanitaria que se podrían discutir. Sí, hay muchos fallos y comportamientos en los cuales el sistema de justicia no ha estado a la altura. Sí, la conducta reciente del Congreso en su gran mayoría revela que la captura del populismo va mucho más allá de los márgenes que la cátedra suponía. Todo esto es cierto. Pero lo que también ha quedado de manifiesto es el raquitismo de la sociedad civil llamada a disciplinar la conducta parlamentaria en circunstancias como las actuales. En tiempos normales, se supone que la disciplina en el oficialismo la ejerce el gobierno, que ofrece cargos e influencias. Pero cuando una administración ya va de salida y, sobre todo, cuando el Presidente tiene niveles ínfimos de aprobación como ahora, el espíritu de cuerpo se va a la chuña y cada cual huye hacia donde más le convenga. El fenómeno es especialmente dramático en la centroderecha que, frente a una iniciativa legal como la del tercer retiro, se queda inerme y termina subiéndose al carro que le parece ganador, porque al otro lado muchos de sus parlamentarios advierten que no hay nada ni nadie que pueda blindarlos de la masacre mediática y electoral si osan apartarse de la manada. La derecha corre con abierta desventaja en estas canchas. El sector sabe hacer empresas, sabe financiar centros de estudio, ha aprendido incluso a hacer universidades, pero continúa no teniendo la menor idea de lo que es calificar en redes sociales, de lo que es armar ONG o de lo que es movilizar a grupos de presión en torno a causas socialmente relevantes, que es lo que al final compone el único lenguaje que entienden los políticos cuando las elecciones se acercan y hay que darles a entender que no da lo mismo la lealtad a unos determinados principios que la claudicación. Hoy por hoy eso da igual.

Le atribuyen a Martin Luther King un proverbio que envuelve gran sabiduría política. “No me preocupa -habría dicho el reverendo líder de la lucha contra la discriminación racial- el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos”. En coyunturas como la actual, aunque sea quimérico, no está de más recordarlo.

Cuando el conflicto político ya había escalado a terrenos tan inciertos como volátiles, el Presidente finalmente cedió y habrá tercer retiro. No es la primera vez que el gobierno levanta bandera blanca y, por supuesto, este desenlace -que deja a la intemperie a los pocos parlamentarios que tuvieron el coraje de oponerse al proyecto- es bien poco heroico. Pero quién dijo que la política era asunto de héroes. La moneda de cambio sería un acuerdo tributario al parecer. Por lo visto, nadie puede contra la gran coalición de la izquierda y la derecha juntas, con los de arriba y los de abajo, con los que quieren desfondarlo todo y los que creen que el asalto a los cielos podría eventualmente no ser una tan mala idea.

Que el país entretanto se esté yendo al diablo, bueno, es harina de otro costal.

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