Columna de Héctor Soto: Cosas de la vida

Close de Lukas Dhont.


ALTA FARÁNDULA. Pensamos a menudo que las lógicas de la farándula están restringidas al mundo del espectáculo y, ahora último, como mucho, también al de la política. El asunto, sin embargo, va algo más lejos. Uno de los hits del momento del mundo editorial más ilustrado es el ensayo Andrea Wulf Románticos rebeldes (Ed. Taurus, 2022), que es una prendida crónica acerca de lo que ocurrió en Jena, una pequeña ciudad universitaria alemana, hacia fines del siglo XVIII, cuando un grupo de pensadores, ensayistas, dramaturgos y poetas sentó las bases del Romanticismo e inauguró, a lo mejor sin tenerlo muy claro, la era de la individualidad que con el tiempo devendría en lo que ahora se conoce como la dictadura del yo. ¿Es un libro entretenido? Seguro que lo es. ¿Es interesante? También. En términos de densidad, sin embargo, sus cuentas son más frágiles, aunque sigan siendo alegres. Su autora, Andrea Wulf, que antes escribió ese libro portentoso que es La invención de la naturaleza, una cautivante biografía de Alexander von Humboldt, es una mujer inteligente y realizó una buena investigación para entrar al tema. Su ensayo, no obstante, tiene mucho de libro de chismes. Dicho así, suena duro, pero la verdad es que el chisme también puede florecer en escenarios culturales muy nobles o de alta categoría intelectual. A lo mejor es un asunto de énfasis. Cuando el eje pasa de las ideas a lo que le dijo uno a otro, o a lo que contó el de más allá animadamente en un bar o a la aventura que el profesor tuvo con fulana, claro, el riesgo de perder el rumbo se multiplica. A lo mejor en cuatro páginas de los escritos sobre romanticismo de Isaiah Berlin hay más carne que en las 400 de este libro. Pero, de todos modos, aquí hay una dimensión de ese cambio cultural que no deja de ser fascinante. El libro les pone cara, olor y color a los próceres del movimiento. Aunque a menudo el chisme no es otra cosa que hojarasca, lo importante a tener en cuenta es que a veces puede ser más que eso. El historiador Orlando Figes, por ejemplo, escribió en Los europeos un muy notable libro de chismes en torno a la vida de tres personajes; el primero es la cantante lírica Pauline Viardot; el segundo es su marido, Louis Viardot, republicano, resuelto opositor a Napoleón III y gran el empresario del arte, y el último es el novelista Iván Turgenev, el más europeizante quizás, junto con Chejov, de los grandes escritores rusos. La verdad es que el libro de Figes solo en el primer piso es eso. En los pisos superiores ofrece la impresionante perspectiva de un amplio fresco sobre el surgimiento de la cultura de masas a partir de la expansión capitalista. Hay otros ejemplos de contaminación chismosa: la novela de Julian Barnes El hombre de la bata roja, centrada en la figura de un dandi, médico y socialité que no se perdió ninguno de los mejores momentos de la Belle Epoque. También es puro cotilleo. Un poco cansador, no será su mejor libro, pero tampoco es desechable.

EL PROYECTO DHONT. Entre las películas más sensibles estrenadas en los últimos meses, Close seguramente va dos pasos adelante. La cinta, una producción belga que ganó el premio especial del jurado en la última edición de Cannes y que esta noche compite por el Oscar a la mejor película extranjera, es de las que salen al mundo con la pistola cargada, por así decirlo. Su realizador es el Lukas Dhont, que ya había participado hace cuatro años en el mismo festival con un largometraje, Girl, ficción sobre una bailarina trangénero que culminaba dramáticamente en una castración. Ahora el menú es menos fuerte, pero no menos demoledor. Close trata de una intensa amistad entre dos niños de 13 años, relación que se malogra trágicamente a partir del bullying con que ambos son acogidos por sus nuevos compañeros y compañeras cuando llegan al nuevo colegio secundario donde van a continuar sus estudios. El motivo es que casi todo el curso sospecha de que se trata de una pareja gay, y ese colegio, al menos, no es muy evolucionado, La primera parte del relato no puede ser más idílica. Todo está bañado por los dorados rayos del verano belga, embellecido por las flores que cultiva en su granja la familia de uno de los chicos y poetizado por la inocencia juguetona e inocente de los protagonistas, Léo y Remi. Después viene la tragedia y a partir de ahí nadie habla. Está bien: esta gente no es particularmente comunicativa y no se necesita mucha agudeza para establecer que está bloqueada en sus afectos. Pero ¿no estará exagerando su poco el director? La duda es legítima, porque en esta segunda parte todo se vuelve espeso, absoluto, doloroso, triste y asfixiante. Dhont y su colaborador en el guion, Angelo Tijssen, no solo conducen la historia hasta donde el realizador quería llevarla. Da la impresión de que también la lleva hasta allá porque está cumpliendo un programa, una agenda, que es lo que se supone que le está dando identidad a su trabajo. La película ha cosechado alabanzas dondequiera se haya exhibido y se sabe portadora de una emocionalidad que es entre irresistible y explosiva. Curiosamente, sin embargo, lo único que no tienen estas trabajadas imágenes sobre los últimos días de la infancia es un poco de candor. Sospechoso, ¿verdad?

LA MESA Y LA MENTE . En una entrevista de prensa a propósito de Románticos rebeldes, Andrea Wulf señala que somos hijos tanto de la Revolución francesa como del Romanticismo. Recuerda, además, la observación que formuló el poeta y ensayista Heinrich Heine en cuanto a que mientras los franceses peleaban en las barricadas para cambiar el curso de la historia, los alemanes se dedicaban a filosofar con un propósito que no era sustancialmente distinto. Wulf cree que unos y otros, franceses y alemanes, tuvieron éxito en lo suyo y es preciso reconocer que, por efecto tanto del esfuerzo revolucionario como del programa romántico, el mundo nunca volvió a ser el de antes. Hay quienes creen, recuerda Wulf, que los alemanes “huyeron” al idealismo filosófico porque no les quedaba otra, atendido el clima infernal que tienen y la rudeza que caracteriza su cocina. No es una mala hipótesis. Esto de gastronomía, sabemos hoy, no es un detalle menor. Octavio Paz alguna vez escribió que era más fácil para un país tener buena literatura que tener buena cocina y lo dijo pensando, desde luego, en Inglaterra. Es difícil no coincidir con él.

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