Columna de Héctor Soto: Cuentos de verdad y de mentira

Colin Farrell en Los Espíritus de la Isla. Photo by Jonathan Hession. Courtesy of Searchlight Pictures. © 2022 20th Century Studios All Rights Reserved


CUATRO PRÍNCIPES. Tal es el título de una aproximación histórica del británico John Julius Norwich a Enrique VIII, Francisco I, Carlos V y Solimán el Magnífico. Los tres europeos se conocieron personalmente y, a pesar de los múltiples conflictos que los separaron, tuvieron grandes momentos de encuentro, celebración y amistad. Solimán, claro, no conoció a esos monarcas personalmente y fue, como líder del Imperio Otomano en su mejor momento, la gran pesadilla de la Europa cristiana. El libro es cautivante. Lord Norwich, exdiplomático e historiador, tiene ese talento tan propio de los ingleses para volver la historia entretenida. Su libro (Ed. Ático de los Libros, 2020) no solo humaniza a los cuatro personajes, sino que además está abierto a figuras que, a pesar de ser secundarias, en ocasiones se toman la obra y se vuelven una verdadera revelación para el lector poco enterado. Es el caso, por ejemplo, de Catalina de Aragón, la primera esposa de Enrique VIII, mujer de gran carácter y a quien incluso el rey reconocía una inteligencia superior a la suya. Fue hija de los Reyes Católicos, reina consorte de Inglaterra por espacio de más de 20 años, regente del reino cuando su marido salía al extranjero, embajadora inglesa para cometidos especialmente difíciles, muy querida a nivel popular, estratega de la campaña militar contra Escocia (lo que le significó perder en una batalla al hijo varón que había gestado), protectora de intelectuales como Erasmo de Rotterdam y Thomas Moro, tía de Carlos V y un anticipado modelo, en plena Europa renacentista, de la autonomía y el empoderamiento de la mujer. Fue admirada incluso por adversarios que la habían querido destruir: “Si no fuera por su sexo, podría haber desafiado a todos los héroes de la historia”, dijo Thomas Cromwell, estrecho colaborador del rey, más tarde caído en desgracia. De hecho, es un personaje deslumbrante que soportó con grandeza y estoicismo el divorcio de su marido para casarse con Ana Bolena. Como el Papa de la época estaba prácticamente cautivo de Carlos V y nunca aceptaría anular el primer matrimonio del rey inglés, el hecho dividió definitivamente los caminos Roma y de la Iglesia de Inglaterra. A pesar de eso, sin embargo, Catalina se sintió hasta el final de su vida esposa de su marido y reina de Inglaterra. No sobrevivió mucho tiempo luego de tener que abandonar la corte, de donde salió con el título oficial de princesa de Gales viuda. Tenía 50 años cuando falleció.

METAFORONES. Más que hablar de un relato de ficción, la historia que cuenta Los espíritus de la isla, la nueva realización del irlandés Martin McDonagh, es simplemente de mentira. De mentira porque tiene aristas inverosímiles, porque hace agua por varios lados, porque traiciona en su desarrollo la psicología de los personajes y porque conduce a un desenlace que está dictado no por las tensiones que va acumulando el relato, sino por el mataforón que el guionista y realizador quiso pasar de contrabando. Sí, porque la cinta remite a los últimos estertores de la guerra civil irlandesa en 1923, cuando el país, cuatro o cinco años después de reconocida su independencia, estaba definiendo el tipo de relación que iba a tener con Inglaterra, momento en el cual los irlandeses se dividieron a muerte. Aquí en la película los que se dividen son dos amigos. Uno le dice al otro que le cae mal y que ya no lo quiere ver. Los dos, que habitan una isla perdida y medieval, son bien básicos, aunque el rupturista quiere componer música y el otro es solo bondadoso y limitado. Ya eso no es tan fácil de tragar, porque ambos eran muy amigos. Pero vale. Más inverosímil es que las únicas dos frases inteligentes de la historia las diga el tonto del pueblo y que la ruptura de los amigos tenga derivadas a la automutilación solo porque el guion quiso hacer más dramática la historia. Señores, ¿a quiénes quieren ustedes impresionar? Bueno, en realidad está bastante claro: a los miembros de la Academia de Hollywood, puesto que la cinta ya tiene nueve nominaciones. Entre otros, aspira el Oscar al de mejor actor para Colin Farrell, que aquí interpreta al más “quedado” o limitado de los amigos. Sí, trabaja bien, pero nada que divida las aguas. Es difícil que una película tramposa pueda tener grandes méritos, no obstante que en este caso Farrell tenga momentos convincentes o las imágenes del paisaje irlandés intenten trepar al Olimpo. Hay otro problema más: ocurre que la parábola política montada en torno al relato es muy confusa. ¿Para dónde van sus tiros? ¿Que los irlandeses no saben convivir ni ponerse de acuerdo? Vaya novedad. ¿O las automutilaciones remiten a algo más? Nunca se supo. McDonagh parece haber escuchado cantar el gallo y no supo dónde. O al revés: supo dónde tenía que cantar, aunque aquí se quedó callado. Está claro, en todo caso, que la sutileza no es lo suyo. Perdidos en Brujas, su primer largometraje, fue en el mejor de los casos una cinta amable, y Tres anuncios para crimen, en su peor dimensión, una sórdida apología a la justicia o a la venganza por mano propia. A estar preparados, entonces, para la próxima.

LOS MUSTANGS. En Mecanismos internos (Mondadori, 2009), su extraordinario volumen de ensayos literarios, el Premio Nobel J.M. Coetzee hace algunas observaciones muy lúcidas sobre The Mistifs (Los inadaptados, 1961), de la cual Arthur Miller era el guionista. Fue la última actuación de Clark Gable y de Marilyn Monroe, puesto que no terminó Something’s Got to Give. Montgomery Cliff y el director John Huston vivirían un tiempo más. Coetzee en un momento habla de los caballos que aparecen en la cinta. Gable y Cliff se dedican a cazar caballos salvajes, los célebres mustang de Nevada, una especie ya en extinción, más pequeños pero de extraordinaria fuerza, que en el pasado fueron sinónimo de la libertad de la frontera. Ya no. Y en esta imponente realización, filmada mucho antes del animalismo, mucho antes de la corrección política, mucho antes que operaran los modernos protocolos que sancionan el maltrato animal en los rodajes, los caballos que se ven aquí, los caballos capturados, son reales y salvajes. Es real su furia y desesperación. Son peligrosos de verdad. La película representa muchas emociones. Las asociadas a los caballos, sin embargo, son totalmente reales.

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