Columna de Héctor Soto: Padres e hijos

Aftersun.


TRAMAS Y FORADOS. ¿Los pillan o no los pillan? ¿Lo matan o no? ¿Viviván juntos o se separarán? Este es el tipo de preguntas que el público les pide a las películas responder. Y cuando no lo hacen, bueno, la gente se desconcierta y se siente estafada. Devuélvanme la plata. El producto está fallado. Por supuesto, a realizadores y guionistas les ha costado sangre sudor y lágrimas a lo largo de la historia del cine remontar el infantilismo de esta convención. Hay veces en que objetivamente se necesita dejar cabos sueltos. Hay veces en que precisamente el gran drama está en que la historia no termine o que se repita. No todas las historias pueden cerrar como cajas fuertes. Y esto, de una manera u otra se ha ido instalando, al menos en el sector más ilustrado de la audiencia, está hoy más o menos aceptado. En los últimos días se ha estado exhibiendo una película escocesa, Aftersun, que va varios pasos más allá de esto. La cinta marca el debut de su realizadora, Charlotte Wells, que se llevó el premio del jurado en la última edición de Cannes y tiene en estado de euforia a un sector importante de la crítica. Su singularidad ya no tiene que ver con el desenlace, que también es muy abierto, sino incluso con la trama. Porque, después de tanto apunte y video desenfocado, ¿de qué trata esta película? Básicamente de las vacaciones de una chica de 11 años con su padre en un resort de la costa turca. El lugar es barato, apenas discreto. Las instalaciones salvan, pero solo hasta por ahí. Ella vive en Escocia con su madre, él se trasladó a Londres. Hay indudable cariño entre padre e hija, aunque salta a la vista que se conocen poco. La historia está contada desde la perspectiva de la niña y a medida que transcurre se va haciendo patente el misterio en torno a la figura del padre. ¿Quién es ese progenitor buena onda, que hace taichi, que llegó al resort con un brazo vendado y que parece desgarrado por un conflicto que nunca se explicita? Como las experiencias de estas vacaciones (venimos a saberlo con posterioridad) están contadas 20 años después a partir de los videos que quedaron de esos días, Aftersun deja muchas preguntas en el aire. ¿Qué fue de ese papá? ¿Cuál era su problema? ¿Qué gatilla el desencuentro que en un momento feroz llegan a tener? Es el mejor momento de la película: algo se alcanza a sospechar en orden a que era un hombre poco exitoso. El dinero más le faltaba que le sobraba. Es fuerte comprobar que la falta de medios a veces pone en entredicho la masculinidad. Pero, ¿cuáles eran los traumas o los demonios de ese papá? A lo lejos, muy a lo lejos, Aftersun de alguna manera conecta con Somewhere, la película de Sofia Coppola sobre la no relación entre una celebridad, un actor joven, guapo, narciso, instalado en un hotel de lujo y en una vida de excesos, y la hija también de 11 años que viene a visitarlo. Son dos seres con muy pocos puntos de contacto. En la relación padre-hija de Aftersun hay muchos vacíos que espectador está llamado a llenar; la historia se la tiene que hacer cada cual. En Somewhere, en cambio, la experiencia quizás sea más radical, porque derechamente fue una reflexión sobre el vacío.

GRAN TEMA. Hay pocos temas más recurrentes en la literatura que el de las experiencias de padres e hijos. Una buena cantidad de esos relatos y novelas hablan de relaciones que pudieron ser y nunca llegaron a ser. Hablan de cosas que se dijeron (pocas) y de cosas que se ocultaron (muchas). De problemas que interfirieron o malograron -con circunstancias, con anécdotas, con leseras- sentimientos que habrían merecido una mejor oportunidad. En la paternidad y en la filiación no se juegan por supuesto todos nuestros dilemas psicológicos y morales. Pero se juega la forma en que vamos a enfrentar todos los restantes. En su notable ensayo Fronteras de lo real (Hueders,2022), la académica de la UAI Andrea Kottow recuerda el libro Mi padre y yo, de J.R. Ackerley, donde el autor, que ya había asumido su homosexualidad, cuenta cómo a la muerte del papá debió encargarse de los asuntos relativos a la segunda familia que el adusto caballero había formado y sostenido en su doble vida prácticamente toda su vida. En su gigantesca saga autobiográfica, Karl Ove Knausgärd habla, en el primer volumen, La muerte del padre, del odio que él le profesó y de la imposibilidad que tuvo de perdonarlo, incluso cuando ya el viejo era una ruina. Pero habla también en el segundo tomo, Un hombre enamorado, de lo mucho que le costó a él aprender a ser padre. El suyo fue un aprendizaje duro. Se aburría paseando con su hija y sintiendo que le estaba robando energías a la escritura. Sí, gran tema. Hay muchos libros, títulos, autores. Pueden haber, sin embargo, buenas razones para quedarnos con una sola imagen: la del chico que protagoniza Incendios, la más entrañable de las novelas de Richard Ford, la noche que su padre, que era bombero, debe partir a atender una emergencia y ambos se despiden. El no sabía lo que vino a saber después. Que precisamente esa noche el papá se había ido de casa. La familia se había derrumbado.

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