Columna de Matías Rivas: John Waters y Quentin Tarantino

Quentin Tarantino.


Antes era habitual preguntar por los llamados placeres culpables. Era una forma de conocer los gustos inconfesables o poco predecibles de alguien. En Majareta, el libro de crónicas de John Waters, encontré un capítulo dedicado a este concepto. Cuenta cuáles fueron las películas que realmente determinaron su carrera, cintas sofisticadas, muy distintas a las de él y a la cultura de lo abyecto que promovía. Menciona Interiores de Woody Allen, la filmografía completa de Marguerite Duras y Fassbinder, Mademoiselle dirigida por Tony Richardson, la histórica Lancelot du Lac a cargo de Robert Bresson, Saló y Teorema de Pasolini, y la tórrida A Cold Wind in August de Alexander Singer. Son inclinaciones cinéfilas que, por cierto, complementan las influencias que expone en Modelos de conducta, un volumen en el que narra sus amistades con personajes desviados, como Leslie Van Houten, una de las jóvenes involucradas en el crimen de Sharon Tate o el pornógrafo Bobby García; y donde también se refiere a la importancia en su carrera del cantante Little Richards y los artistas Mike Kelley y Cy Twombly.

La extravagancia de Waters contrasta con su prosa limpia y medida. La ironía se escurre en sus páginas al servicio de erosionar cualquier atisbo de seriedad. Cultiva la degeneración, la heterodoxia y la ambigüedad, sin acercarse a las buenas intenciones. Se expone, habla de sí con distancia. Prefiero su literatura a su obra cinematográfica. Me aburren sus escenas largas y estridentes, groseras y deliberadamente horribles que tanta fama le trajeron. En cambio, como escritor es preciso y no intenta pasarse de listo con afanes vanguardistas. La diferencia que existe en sus formas de expresarse habla de su complejidad. Posee doble y triple fondo, es barroco a nivel mental y sencillo en el uso de las herramientas.

Pasa algo muy diferente con Quentin Tarantino, otro director que escribe. En su caso, sus películas coinciden con su estilo apasionado, veloz y lleno de referencias. En Meditaciones de cine, dedica un texto a cada uno de los filmes que de adolescente le fascinaron. Todas pertenecen a los años 70 y muchas de ellas son consideradas de segundo orden. Sin embargo, el ímpetu de Tarantino para analizar persuade. Conoce detalles de las filmaciones, entrega antecedentes curiosos acerca de los guionistas, muestra cómo el azar influye en el éxito de taquilla y revela fragmentos de su vida. En particular se refiere al momento en que le tocó verlas para ir desmenuzando cómo ha modificado su opinión con los años. El género del ensayo personal le acomoda por su tendencia a las digresiones. No esconde su simpatía por la estética de la violencia. Sus obsesiones son genuinas, están inscritas en su inconsciente. La historia de Hollywood es su campo de exploración, un espacio por el que se mueve con especial soltura. Se pasea por los rincones de la industria. Logra hilar anécdotas e información. Sus conjeturas son parciales: no intentan erigir verdades, sino apreciaciones, lecturas minuciosas.

La inteligencia de Tarantino desconoce la estrechez, es ágil, guiada por el ímpetu y la perspectiva crítica. Añora una moral menos restrictiva, un cine salvaje y audaz en lo técnico. Contagia entusiasmo, energía. Dan ganas de ver sus elegidas: Bullitt, un thriller oscuro, con una mítica secuencia de persecución de autos; La huida, basada en una novela de Jim Thompson; La cocina del infierno, escrita y dirigida por Sylvester Stallone; o Hermanas de Brian de Palma, entre otras. Los análisis que hace de ellas, y en especial de Taxi Driver, son esclarecedores. Describe el arte de Martin Scorsese, a quien cita junto a Clint Eastwood, Sam Peckinpah y Peter Bogdanovic, en calidad de figuras totémicas de su poética visual.

John Waters y Quentin Tarantino gozan consumiendo basura. Se han alimentado de una enorme cantidad de cine pésimo. Lo confiesan. Han pasado cientos de horas refugiados en salas. Es el hábitat que más les acomoda, y con tal estar ocultos en esa posición están dispuestos a tragarse wésterns de cuarta categoría o películas porno experimentales. No es raro. El neurólogo Oliver Sacks explica que el primer paso que se distingue en los sujetos creativos es el ansia por atiborrarse de información. Luego viene el proceso de absorber y copiar aquello que se admira. Solo desde ahí se salta a la elaboración personal, modificando las destrezas aprendidas. Por último, con audacia e implicación se consigue la originalidad.

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