Columna de Óscar Contardo: Cimas y mesetas



Hace un par de semanas, el escritor argentino Martín Caparrós publicó en el New York Times una columna en donde comentaba la forma en que la pandemia del Covid-19 había esparcido en el mundo una nueva dimensión del miedo, un temor de consistencia extraña que nos pillaba sin el refugio que daban las certezas religiosas de otras épocas; la luz del faro principal estaba ahora a cargo de la ciencia, de la medicina, aquello que, contrariamente a la fe, tiene más preguntas que respuestas y que encima “es rehén de la administración y los dineros”. A este nuevo faro “le faltan datos, medios, trabaja a oscuras, como en las épocas oscuras”, señalaba Caparrós, para luego resumir la idea en una frase: “Somos una sociedad del conocimiento sin conocimiento, y eso no ayuda a desarmar el miedo”.

Entre las imágenes con las que hemos tratado de representar la amenaza de lo invisible durante estos meses están la representación gráfica del virus en una esfera espinosa y fosforescente; la mascarilla como icono del confinamiento, y la proliferación de gráficos que sirven de bitácora pública de la desgracia en desarrollo. Nuestro día a día está marcado por esos gráficos; jornadas que penden de líneas trazadas sobre puntos que se encumbran representando número de contagiados, enfermos o muertos. La esperanza se concentra en que esas líneas ascendentes se estabilicen en una meseta, una figura que se ha transformado en la traducción política del control sobre la amenaza. En un gobierno como el nuestro, obsesionado por lucirse como lo haría un campeón que busca fanfarria, la meseta ha cobrado la forma de un trofeo en disputa y no de un trabajo en conjunto que convoque expertos en disciplinas y dé cuenta nítidamente de los logros y las dificultades. El resultado es la sospecha permanente. Desde el inicio de la epidemia en Chile la opinión pública ha recibido mensajes contradictorios y confusos sobre la real situación sanitaria que atraviesa el país. Hay dos lógicas en persistente roce: por un lado, la difusión de señales de éxito prematuras emanadas del gobierno; por el otro, las correcciones y dudas surgidas desde la ciencia y de los análisis de los observadores independientes. Sobre esas dos lógicas, un ministro de Salud con tendencia a buscar en la situación de emergencia una oportunidad para demostrar un ingenio hiriente o elaborar metáforas desafortunadas que acaban imponiendo más tensión que calma, cuando su rol debería ser exactamente el contrario. Hasta ahora, el gobierno más que construir un espacio de colaboración crítica entre autoridades y científicos, un empeño que sea percibido por la opinión pública como una guía confiable hacia una salida, ha provocado quiebres públicos y versiones semanales múltiples, a veces contrapuestas, sobre cuán controlada está la epidemia en Chile. Si hay logros, estos quedan salpicados por la duda; si hay desafíos que no se han abordado bien, estos parecen ser tomados como fracasos que deben ser disimulados o derechamente negados.

El quiebre en la llamada Mesa de Datos del Covid-19 es el último efecto del choque permanente entre lógicas contrapuestas. Un grupo de científicos pide datos que el Ministerio de Salud no puede proveer. La información brindada, que servirá para crear modelos que arrojen luces sobre la manera en que el virus se propaga, resulta insuficiente, pero en lugar de buscar una solución en conjunto, colaborativa, la fractura se hace pública, afectando la credibilidad de otro ministerio, el de Ciencias. El efecto es más desconfianza, o algo peor, hacer de la desgracia que provoca el virus un botín para exprimir en el corto plazo, un tesoro de escombros disputado entre adversarios políticos. Finalmente, aquello que parece ser lo único a lo que podemos aferrarnos, el conocimiento científico, está siendo secuestrado por un torbellino confuso de declaraciones ambiguas y desmentidos, que añaden un aliño extra a la angustia diaria de una cifra de contagiados que se incrementa, elevando las líneas de los gráficos hacia una cumbre que aún no tenemos claro cuánto tiempo más nos tomará alcanzar.

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