Columna de Oscar Contardo: La carnada



Nuestra comodidad instantánea, esa promesa que nos ofrenda la tecnología, algún día se transformará en basura. Si tenemos suerte, tal vez nunca nos daremos cuenta. Eso al menos le ocurrió a la primera generación que gozó de las bondades del plástico, por ejemplo. Los anuncios publicitarios estadounidenses de los años 50 difundían las ventajas infinitas del nuevo material que permitía conservar, organizar y trasladar todo tipo de cosas: era barato, liviano, flexible y desechable. El plástico era el futuro mientras nadie pensara dónde iban a parar todos esos envases, recipientes, bolsas, juguetes y artículos de todo tipo que ya nadie usaba. Para qué pensar en vertederos tóxicos si podemos evitar verlos. Hoy las enormes islas de desechos que flotan en los océanos responden la pregunta que pocos querían formularse en su momento: ¿Qué consecuencias tendrá a largo plazo? Pero jugar el rol del aguafiestas nunca es bien recompensado, menos aún si el jolgorio es lo suficientemente rentable como para gozar de los apoyos políticos que siempre encuentran la justificación precisa -procurar empleo, ayudar a la economía- aceitada por la labor, casi siempre invisible, de las oficinas de lobby, un oficio que suele permanecer alejado del escrutinio público y que ejecuta una, labor inasible, que consiste en algo así como aunar voluntades políticas y económicas para permitir que algo suceda, derribando barreras o alzándolas según sea el caso.

En 2005, la película Gracias por fumar intentó mostrar ese mundo en tono de comedia, retratando el trabajo de un lobista de las tabacaleras. En la cinta, el personaje principal era el encargado de representar públicamente los intereses de la industria del cigarrillo, un vocero o lo que en inglés llaman “spin doctor”, preparado para retrucar los argumentos más contundentes recurriendo a todo tipo de falacias tramposas. El personaje protagónico presentaba una retórica impecable y era capaz de darles la vuelta a los argumentos, transformando lo siniestro en luminoso y viceversa. Una escena de la película muestra al protagonista en un programa de televisión dedicado a los efectos del cigarrillo en la salud. Entre los invitados hay un muchacho que sufre de cáncer. En frente del joven el lobista asegura que no hay razón para pensar que la industria que representa sea una amenaza para la salud, sino todo lo contrario, porque para su negocio lo más conveniente es que el muchacho “siga vivo y fumando”. El personaje de Gracias por fumar, sin embargo, es solo una arista, la más visible, de un entramado que suele permanecer en la trastienda y que rara vez se muestra como ocurrió esta semana, cuando el diario británico The Guardian reveló el modo en que la empresa Uber había logrado derribar las barreras legales para expandirse en Europa.

La prensa tuvo acceso a miles de documentos filtrados por Mark MacGann, lobista a cargo de la expansión de la empresa tecnológica de autos compartidos en Europa entre 2014 y 2017. La información retrata la manera en que Uber influyó secretamente en políticos de rango mayor, entre ellos el entonces ministro de Economía francés, Emmanuel Macron, para relajar reglamentos y leyes que le permitieran operar en las ciudades europeas. Uber, además, habría sacado provecho de la reacción de los gremios de taxis que protestaban en contra de la aplicación; según los documentos dados a conocer, uno de los gerentes sostuvo que “la violencia” de los taxistas “garantiza el éxito” de la empresa. Flamantes tecnologías acunadas por ancestrales prácticas de manipulación. El gerente también celebraba con sorna jactanciosa la ilegalidad en la que operaban gracias a la complicidad de los políticos. Uber habría gastado 90 millones de dólares en su estrategia de cabildeo y relaciones públicas, un despliegue que le permitió expandirse a un ritmo acelerado en Europa, transformando la industria de los taxis de la región y trastocando las relaciones laborales de los conductores con la lógica de las nuevas tecnologías. Fue así como a través de la filtración nos enteramos de que el exitoso negocio millonario de Uber tuvo como eslabón clave para concretarse no solo la innovación tecnológica, sino también la falta de escrúpulos empresariales y políticos, además de la capacidad financiera de llegar a los despachos adecuados y hacer los regalos y los favores precisos a las personas correctas. Los documentos brindados por MacGann permiten reconstruir escenas perdidas de los registros oficiales de la historia que recuerdan la novela La orden del día, de Eric Vuillard, en especial el momento en que políticos, militares y empresarios alemanes van tallando en reuniones privadas, previas a la Segunda Guerra Mundial, tratos de conveniencia mutua a cambio de un futuro incierto para la gran mayoría ajena a esas conversaciones.

La seducción por la satisfacción inmediata al alcance del smartphone que prometen las nuevas tecnologías parece haber reemplazado el antiguo atractivo de la comodidad del plástico y absorbido el poder de adicciones actualmente muy restringidas, como la del cigarrillo. Ahora la carnada tiene una forma distinta, en ocasiones es incluso inmaterial, como un perfume rebelde que se impregna en el cuerpo. Actualmente, los despojos que dejan esas promesas de comodidad y progreso a corto plazo no solo flotan en alta mar lejos de la vista de las costas, o contaminan el aire, también corroen imperceptiblemente nuestra forma de vida, las relaciones que tenemos con el mundo y la democracia. Un deterioro que se inicia con las grandes decisiones tomadas a puertas cerradas, en reuniones pactadas por maestros del cabildeo bien remunerados, en donde el futuro se subasta al mejor postor bajo la excusa de un bienestar instantáneo que a la larga resulta fugaz y desechable.

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