Columna de Pablo Ortúzar: Humo y espejos



¿Cuál es el pensamiento político de Fernando Atria, el referente intelectual de buena parte de la nueva izquierda? La verdad es que nadie lo sabe. Sus propuestas están construidas en un nivel de abstracción que le permite siempre negar la validez de las lecturas que lo meten en problemas. Cada vez que ha sido confrontado, alega distorsión y mala fe por parte de quien lo cuestiona. Pero nunca precisa bien su postura. Y de su acción política resulta difícil derivar una doctrina. Acostumbra entrar a los debates defendiendo ideas moderadas y termina defendiendo posiciones extremas.

Atria se presenta muchas veces como un realista político. Pero sería un realismo bien raro: sus propuestas suelen basarse en comparaciones espúrias entre instituciones reales e instituciones ideales. La realidad del mercado contra un estatismo tan abstracto como inexistente. Su defensa del violentismo octubrista, por su parte, se sostiene en cadenas causales imaginarias presentadas como necesarias. Y toda realidad parcial es “radicalmente impugnada” en su pensamiento desde posiciones racionalistas abstractas.

A veces da la impresión de que el profesor de Derecho defiende un “realismo” sin verdad. Una visión del mundo donde todo, incluido el lenguaje, es una herramienta de dominación. La comunicación, en tal sentido, serían trucos de humo y espejos. Y nada más. Si esto es así, Atria sería mucho más parte de su generación -la generación perdida en el cinismo posmoderno- de lo que le gusta reconocer. Y sus libros tendrían que leerse como artefactos dirigidos a la búsqueda del poder.

¿Pero para qué querría poder? El inicio de “Neoliberalismo con rostro humano” daría quizás una pista. Sería por venganza: una vuelta de mano por el “aburrimiento” de la transición. Buscar un sucedáneo de sentido a través de la negatividad. O intentar construir un sentido total a través de la supresión de lo parcial. Como fuera, las piruetas argumentativas del profesor no tendrían un contenido real. No apuntarían a la verdad, sino al efecto. Como los trucos de un mago.

Esta idea de Atria como mago, a su vez, adquiere sentido cuando uno observa a sus seguidores más estrechos: ellos creen en él. Repiten lo que dice. Olvidan lo que ya dijo. Y siempre le encuentran la razón. Creen en el truco, porque creen en el mago. Quieren creer en él.

Pero esta característica también lo haría finalmente débil. A medida que pasa el tiempo, cada vez más personas notarán que no hay pretensión de verdad detrás de sus devaneos y declaraciones. Que algo mucho más radical y oscuro informa la voluntad del mago que los entretiene con humo y espejos. Que detrás de los trucos de colorida esperanza, hay un vacío difícil de comprender. Un cerro de arsénico y plomo. Cien millones de pesos. Nada.

Carl Schmitt, el gran espíritu tutelar de Atria, fue nazi, pero nunca creyó en el nazismo. Soñaba con fundir de nuevo autoridad espiritual y autoridad política. Soñaba con un triunfo de contragolpe del arrianismo imperial de Constantino. Criticaba a Hobbes por no querer suprimir la conciencia individual. Soñaba con un poder total, como un sol, en que todo se fundiera. Y luego un gran silencio invadiera el mundo. ¿Sueña Atria algo parecido?

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