Columna de Paula Escobar: La cazadora y el troglodita

Persiste la ambivalencia de una sociedad que dice ver y valorar el aporte de la mujer a lo público, pero sin apoyarlo con cambios estructurales que lo hagan desempeñarse en igualdad de condiciones. Esto es: con iguales salarios, igual acceso a cargos de responsabilidad y corresponsabilidad en el cuidado y las labores del hogar.



“Vaya, debe haber sido un gran jefe. Fue un gran cazador”, dijeron los investigadores en los Andes peruanos cuando hallaron un esqueleto rodeado de múltiples herramientas de piedra.

Pero un análisis más detallado causó gran sorpresa en los arqueólogos: era una mujer que, efectivamente, se dedicaba a la caza mayor. Según Randy Haas, arqueólogo de la Universidad de California a cargo de la investigación publicada hace unos días en la revista Science Advances, este hallazgo representa la posibilidad de un enorme cambio de paradigma. La investigación adicional muestra “algo parecido a una participación igualitaria de ambos sexos en la caza”.

¿Por qué importa hoy la historia de la invisible mujer prehistórica andina?

Porque el paradigma de la división del trabajo basada en roles de género se mantiene hasta hoy. Según esta idea o este estereotipo, las mujeres desde tiempos inmemoriales se han dedicado a recolectar frutos y cuidar a los hijos, dentro de la cueva -o no muy lejos de ella-, mientras los varones de la especie han salido al mundo a cazar: animales, luego dinero, bienes, profesiones, etc. Esa invisibilidad o ninguneo del rol y el aporte femenino fuera de la “cueva” del mundo privado ha acompañado a las mujeres ¡desde la prehistoria! Han cuidado a la prole, recolectado, mantenido el refugio y, además, cazado animales… sin que la historia lo haya reconocido.

¿Suena conocido?

Desde que la joven americana cazadora vivía en los Andes, hasta nuestro siglo XXI, ha pasado la historia completa, pero aún subsisten similitudes. A pesar de que la revolución feminista y sus distintas olas han producido de modo pacífico enormes mejoras en la vida de las mujeres -y los hombres- en gran parte del planeta, la joven americana invisibilizada en su oficio podría reconocerse en algo en las mujeres de hoy, especialmente en pandemia, que ha agudizado sus problemas.

En efecto, persiste la ambivalencia de una sociedad que dice ver y valorar su aporte a lo público, pero sin apoyarlo con cambios estructurales que lo hagan desempeñarse en igualdad de condiciones. Esto es: con iguales salarios, igual acceso a cargos de responsabilidad y corresponsabilidad en el cuidado y las labores del hogar.

En Chile, el Covid ha sido un desastre para las mujeres. Para partir, el 80% de las 900 mil que perdieron su trabajo no están buscando, pues al no haber jardines, salas cunas y colegios abiertos, no tienen con quién dejar a sus hijos. Un retroceso de 10 años en inserción laboral femenina y un duro golpe para ellas, sus familias y el país en general.

Segundo, están pagando elevados costos por esta invisibilización del aumento de la cantidad de quehaceres claves y críticos que realizan, especialmente por el coronavirus y las cuarentenas. Una encuesta conocida esta semana, realizada por ONU Mujeres y el Ministerio de la Mujer, revela el duro impacto de la pandemia en la vida de las chilenas.

A nivel general, el 54% de las entrevistadas manifiesta que aumentó el tiempo destinado al cuidado de niños y niñas, incluyendo alimentación, limpieza y cuidado físico, en comparación con el 38% de los hombres. El 54% de las mujeres dice que aumentó el tiempo dedicado a la manipulación de alimentos (38% los hombres) y el 61% señala que dedica más espacio que antes a la limpieza de la vivienda (46% los hombres). El 35% de las entrevistadas dice que su carga laboral aumentó, en comparación con el 27% de los hombres.

Toda esta sobrecarga, por cierto, se traduce en un deterioro de su salud. Casi cuatro de 10 duermen y descansan menos (solo el 23 % de los hombres) y el 77% de las encuestadas plantea que ha experimentado problemas de salud mental.

Lo que no se ve, no se cuenta. Ni se valora, ni se reparte, ni se comparte. No habrá corresponsabilidad dentro de la casa mientras todo esto no sea plenamente visible. Ni habrá políticas públicas que apunten a la raíz del problema: una concepción del mundo patriarcal, en que la mitad de la población debe someterse a reglas distintas y desfavorables. Y enfrentar aun una masculinidad tóxica que no solo sobrevive, sino que se reproduce a través de personajes como Donald Trump, que han hecho de la misoginia, falta de respeto a las mujeres, machismo y engaños, su sello. Un verdadero troglodita que, sin embargo, apela a esa masculinidad dañada que no cede espacios de poder, a cualquier costo.

El cambio de paradigma arqueológico ojalá fuera un espejo de un cambio de paradigma social más acelerado.

Lo que corresponde es justicia e igualdad para los millones de mujeres condenadas al heroísmo de tener que desdoblarse para cumplir las múltiples labores -de casa y de caza- que se les exigen.

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