¿Como llegamos aquí?

MARCHA


*Esta columna fue escrita junto a Marcela Ríos. representante residente adjunta de PNUD-Chile

Las voces de millones de mujeres y hombres a lo largo de Chile en las últimas semanas han sido elocuentes; hablan de desigualdad, inseguridades y miedos, expresan sentimientos de maltrato y abuso. Pero también hablan de esperanza, demandas, propuestas y expectativas. La masividad, pero también la violencia que ha adquirido este estallido ha sorprendido al mundo. No porque no existiera evidencia de las precariedades que enfrentaban las personas, sino porque hasta ahora, nada permitía predecir que el tránsito de lo que alguna vez el PNUD diagnosticó como un malestar difuso (Informes de Desarrollo Humano), se transformaría en un malestar activo, que lograría conectarse con la acción colectiva masiva que se ha volcado a la calle.

En una publicación reciente mostramos que Chile se había caracterizado históricamente por una alta desigualdad de ingresos (Desiguales) y, que existían otras desigualdades, como la de trato (sentirse discriminado o menoscabado en dignidad), relevantes para comprender lo que ocurre hoy. De hecho, en 2016 un 41% de las personas declaraba haber recibido malos tratos durante el último año. La percepción subjetiva de bienestar no mejoraba a la par de mejorías en el bienestar material o la reducción de la pobreza. Si bien Chile ha avanzado en desarrollo en el último cuarto de siglo, con logros que no se pueden desconocer, ello no logró frenar el malestar subjetivo.

Pero las causas del descontento no se encuentran solo en las condiciones materiales o subjetivas de la desigualdad, están, además, íntimamente ligadas a la política y la relación entre elites y ciudadanía. Nuestros estudios muestran que la democracia sigue siendo el régimen más valorado y preferido por la ciudadanía y al mismo tiempo, revelan una baja sostenida en la confianza en todas las instituciones y una evaluación negativa del funcionamiento del sistema político (Auditoría a la Democracia).

Las personas sí tienen interés por lo público. Pero no todos se movilizan por lo mismo, o de una sola forma. Se da la paradoja que hay más participación en actividades políticas, pero aumentan quienes no se identifican con partidos u ideologías. Crece la participación en manifestaciones, a través de redes sociales y la aceptación de distintas formas de expresión, incluyendo las de carácter disruptivo, mientras disminuye la participación electoral.

Enfrentar el malestar activo de las chilenas y chilenos es el principal desafío que deben asumir las instituciones y la sociedad. Es una tarea colectiva a la que esperamos poder contribuir. Las respuestas que se entreguen deben, sin duda, responder a las demandas por mayor igualdad y protección. Pero también es necesario buscar formas para que esta crisis se transforme en un punto de inflexión virtuoso, que permita fortalecer y generar más y mejores mecanismos institucionales de participación y representación. Una democracia fortalecida donde la voz de la ciudadanía pueda orientar el camino a seguir.

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