Complejos desafíos para la educación pública

Tras los resultados de la PDT, fue evidente la pérdida de liderazgo de los liceos más emblemáticos; pero no todo está perdido para la educación pública, pues muchas familias siguen privilegiando el mérito académico, pese al intento de algunos sectores por suprimirlo.



Uno de los resultados más destacados tras la entrega de puntajes de la nueva Prueba de Transición Universitaria (PTU), fue la reducción de la brecha entre colegios públicos y particulares pagados. Según se ha indicado, ésta vendría a ratificar lo acertada de la decisión de reducir los contenidos evaluados en ella, pues permitiría medir con un estándar más adecuado a estudiantes talentosos que año a año se veían perjudicados porque sencillamente no se les pasaban todos los contenidos de un currículo demasiado extenso.

No obstante, es importante ser cautos; la mejora observada es un avance, pero es parte de un proceso de rediseño de la admisión universitaria que se encuentra en curso, el que tomará unos años y que deberá ir siendo rigurosamente evaluado. Si bien es de esperar que los cambios lleven hacia una medición más justa y precisa y que no exacerben artificialmente las desigualdades como lo hacía la anterior PSU, dichas modificaciones no tienen la capacidad de dar solución a los problemas que siguen aquejando a la educación pública y que es posible se profundicen con la suspensión de clases presenciales que se produjo en respuesta a la pandemia.

Una evidencia en ese sentido es lo que ha venido ocurriendo con los liceos emblemáticos. Si bien los resultados de esta prueba no son comparables con los de años anteriores, sí permiten evaluar la posición respecto a los demás establecimientos del país. Así, si en 2010, el Instituto Nacional se ubicaba en el lugar 20 de mejor desempeño promedio a nivel nacional y como el mejor de los públicos, su caída sostenida durante la última década lo llevó a que en el reciente proceso saliera por primera vez de los 100 mejores y se ubicara en un modesto puesto 148. Las causas de este empeoramiento son ya conocidas: el desprecio por el mérito y la excelencia, la frecuente paralización de clases por paros y desórdenes, así como también la politización excesiva de sus estudiantes, quienes en lugar de encausar sus legítimos intereses por las vías democráticas, optaron por la radicalidad y la violencia que inevitablemente relegaron lo académico a un segundo plano.

El futuro del Instituto Nacional y de los demás liceos emblemáticos es incierto y su recuperación requerirá de acciones decididas que no hemos visto en los últimos años. Pero, afortunadamente, hay otras experiencias que demuestran que la excelencia no es un desafío imposible para la educación pública. Prueba de ello es la mejora paulatina que en paralelo han venido mostrando los liceos Bicentenario, proyectos que precisamente buscan rescatar los valores del esfuerzo y del mérito y que se basan en una cultura de altas expectativas. El interés y el compromiso que éstos han generado entre las familias chilenas comprueba que la reticencia al mérito académico no fue una reacción extensiva a toda la sociedad, sino una visión que provino de un sector político particular que fue muy eficaz en hacer permear sus ideas, pero que a la luz de los resultados observados, tarde o temprano tendrá que asumir su responsabilidad y responder por el daño infligido a la educación pública.

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