¿Con o sin Baquedano?



Por Gonzalo Cordero, abogado

La solicitud del Ejército para cambiar el monumento del general Baquedano me resultó incomprensible, irritante, la interpreté como un acto de renuncia o, más bien, de rendición. Impotentes para defender el símbolo que recuerda a uno de los chilenos y soldados más grandes de nuestra historia, no les queda más que pedir que lo cambien; al general que volvió victorioso de la guerra se pide sacarlo rendido y humillado, vencida su memoria por un grupo de delincuentes que no saben, ni les importa, quién fue.

Pero, con el paso de los días, esa molestia ha trocado en comprensión y solidaridad con el Ejército; a fin de cuentas, somos todos los chilenos que, una vez más, hemos fracasado en dar forma a una sociedad capaz de vivir bajo reglas de convivencia civilizada, respetuosos de los derechos de los demás, de tener valores comunes que nos identifiquen y que seamos capaces de defenderlos como parte de una cultura compartida.

Un senador, el mismo que postuló a la Presidencia de la República en la última elección y llegó a la segunda vuelta, manifestó esta semana en redes sociales sus “ganas de cambiar este país culiao”, frase a la que también se sumaron varios otros dirigentes políticos, probablemente intentando ser empáticos con un malestar que se expresa con violencia, que ha encauzado su frustración contra una parte del país y sus valores, a los que señalan como responsables de sus carencias. Esa responsabilidad, y esto es lo grave, la ven y la describen como una conducta dolosa, son los “privilegiados” que han -o hemos- creado una sociedad que los oprime y agrede; es el país de “ellos”, por eso sería merecedor de un adjetivo tan elegante.

En medio de este conflicto, por una casualidad geográfica que se vuelve simbólica, quedan atrapados la figura de Baquedano y la tumba del soldado desconocido. Como si estuviéramos condenados a vivir la maldición de Sísifo, parece que todo lo que en un momento pareció ganado en progreso y cohesión social debemos volver a remontarlo, en una nueva etapa que se abre a contar de mañana.

¿Será el plebiscito de hoy la puerta hacia un nuevo ciclo de progreso? Soy escéptico, pero no fatalista. Hay, me parece, una condición esencial: salir de la lógica que divide el mundo entre los que defienden la justicia -ellos- y los que solo cuidamos intereses bastardos. Cualquiera sea el resultado de hoy conduce a un periodo de cambios, pero serán buenos cambios si son fruto de acuerdos entre partes que se reconocen, aunque sea como imperativo procesal, iguales en legitimidad.

Es evidente que la extrema izquierda no está dispuesta a eso y que la promesa implícita en su opción de hoy es la de otro país, con cambios radicales. En ese país, Baquedano perderá su lugar y la culpa de ello será de muchos antes que del Ejército.

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