Convivir o vivir congestionados
El súper lunes que se avecina la próxima semana en nuestras ciudades será especialmente complejo. Por un lado, el 2018 se batieron todos los records de ventas de vehículos particulares en el país, llegando a las 417.038 unidades, las que invaden nuestro espacio público urbano ocupando 5 millones y medio de metros cuadrados. Imaginen cómo cambiaría la calidad de vida en nuestras ciudades si por cada vehículo nuevo vendido se construyeran 13 metros cuadrados, -superficie mínima de estacionamiento requerida por la norma-, de plazas o parques.
Para dimensionar la magnitud del fenómeno, cada día del 2018 se vendieron 1.140 vehículos nuevos en Chile, de los cuales aproximadamente la mitad, o sea 550, se quedan en la capital, ocupando anualmente una superficie equivalente a más de la mitad de la comuna de La Cisterna.
El origen de este fenómeno está en el aumento de los ingresos de la clase media y la disminución de los costos relativos de tener un automóvil. El problema es que el espacio público y las calles son un bien escaso y limitado. Ya casi no quedan bandejones y platabandas para cercenar con ensanches o caleteras, y por suerte no podemos mover los edificios para abrir más espacio para los autos.
A esta competencia por el espacio público, tenemos que agregar ahora las cerca de 15 mil bicicletas públicas en el sector centro-oriente de la capital, cubriendo entre todas una quincena de comunas, así como la reciente arremetida de cuatro empresas de electromovilidad compartida con más de mil scooters en el sector oriente.
Ante esta sobrepoblación del espacio público, sin duda debemos celebrar que hay una ley de convivencia vial que, aunque implementada a tumbos, ya deja su huella en el significativo aumento del uso del casco y el chaleco entre los ciclistas. Si bien un número importante de éstos han adoptado los requerimientos de la ley, aún estamos al debe en cuanto a la actitud de los automovilistas hacia ellos. Básicamente, se ha interpretado como una regulación para los ciclistas, cuando en realidad exige tanto o más a los automovilistas en cuanto a normas de convivencia y respeto.
También veremos cómo se comporta la ciudad de Santiago con la incorporación de la nueva línea de Metro, también cómo responden los nuevos buses eléctricos de Transantiago y cómo avanza el proyecto del tren de cercanías a Melipilla.
En este contexto, la clave para no colapsar nuestras ciudades estará en cambiar nuestro patrón de viajes hacia la intermodalidad. Ya sea auto-tren-metro, o bici-metro-caminata, y todas sus otras combinaciones posibles. Para ello, es clave fortalecer iniciativas como BiciMetro o la línea 0, o que el Tren Central reconsidere el anuncio de no permitir bicicletas a partir de marzo.
Finalmente, debemos resolver cómo legalizamos la inevitable convivencia entre taxis y plataformas digitales como Uber o Cabify. Mientras aquí en Chile recién estamos preocupados de dónde deben usarse los monopatines, en países como EE.UU. ya están redactando la legislación para regular los vehículos autónomos. Sin duda el futuro de nuestra movilidad viene de la mano de la convivencia e intermodalidad, o de lo contrario caeremos víctimas de la congestión.
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