Críticas por gastos en la FACh



El Presidente de la República ha dado una serie de entrevistas de prensa esta semana, en las que dejó ver su molestia por distintas actuaciones que han protagonizado Carabineros, pero en particular la Fuerza Aérea (FACh), lo que naturalmente ha llamado la atención ante el inusual tono de reprimenda. Siendo el mandatario el llamado a ejercer la administración del Estado y el superior jerárquico de las Fuerzas Armadas, no puede estar en cuestionamiento su derecho -y obligación- de hacer ver situaciones que estima improcedentes, si bien es indispensable que dichas críticas también observen los debidos resguardos para evitar daños innecesarios.

La FACh ha estado en la polémica a raíz de los costos en que incurrió en la ceremonia de cambio de mando -que tuvo lugar a comienzos de noviembre-, con un despliegue de más de 70 aeronaves. El Mandatario reveló que en su momento le representó reservadamente su molestia al Comandante en Jefe por lo que estimó un gasto excesivo, y esta semana hizo público dichos reparos, solicitando a la institución un informe detallado de los gastos, el que finalmente fue remitido por la FACh, consignando un gasto total de más de $438 millones.

A raíz de este episodio, el Mandatario ha impartido instrucciones de austeridad a las Fuerzas Armadas; tal instructivo es acertado no sólo porque es lo que exige el buen uso de los recursos públicos por parte del Estado, sino también porque probablemente existen prácticas que no se ajustan a dicho criterio de prudencia, como bien podría ser el caso de esta ceremonia. Pero, en cambio, es discutible la pertinencia de haber hecho público este reproche, en la medida que el despliegue de material aéreo, si bien excesivo, no parece constituir en sí una infracción, y probablemente no ha sido muy diferente a lo que se ha exhibido en otras ceremonias similares de la FACh.

Aun cuando puede redituar cierta popularidad ventilar públicamente este tipo de reproches, la forma poco prolija en que se ha hecho también ha dañado innecesariamente el prestigio de la institución, minimizando la importancia de que las Fuerzas Armadas cumplan con tradiciones inherentes a su quehacer. Tratándose entonces de un criterio que debe ser rectificado, ello bien se pudo manejar en forma más reservada, sin perjuicio de que debe resultar aleccionador la necesidad de que las Fuerzas Armadas también sintonicen mejor con los estándares actuales, que exigen especial prudencia en el uso de fondos públicos.

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