Cura de mi pueblo

RENATO POBLETE-SACERDOTE-FUNDACION HOGAR DE CRISTO-INAUGURACION-SANTIAGO


Hay aspectos y ángulos de la condena pública a Renato Poblete que no calzan. Para empezar, los cambios bruscos de reputación, cualquiera sea la gravedad de las acusaciones, aconsejan guardar cautela. La ciclotimia es un trastorno y, acompañada de indignación unánime para con un imputado, admite reservas; la principal es que se puede pasar a llevar el derecho a un mínimo de defensa, garantía de todos. Es más, no se requiere tener velas en este entierro para recelar de unos cuantos cercanos al acusado (los ex-amigos), afanados en "corregir la historia". No vaya a ser que estemos ante un escenario exculpatorio en que desvían la atención y cargan las tintas en contra de un culpable tan perfecto, muerto, sepultado y vamos desenterrándolo: ni que lo hubiesen mandado a hacer para concentrar recriminaciones. Pesos más pesados (Alberto Hurtado y Raúl Silva Henríquez) han sido aludidos, como si no quiere la cosa, sin prueba, lo que es también canalla. Acusa, acusa, que algo queda.

Tan además de nuestro poblacho y conventilleo creerse a pie juntillas un informe interno para la orden jesuita que lo encomendó, inquisitorial (basado en la prueba testimonial, la más débil), sin posibilidad de que se le rebatiera, e incluso teñido de asomos exorcistas su propósito. Me ahorro una chorrera de comentarios que deploran el abuso de quienes asumen el papel de juez y parte. Pascal, maestro del epigrama, supera hasta a Voltaire cuando les endosa sus condenas: "La verdad está tan obnubilada en este tiempo y la mentira tan sentada que, a menos de amar la verdad, ya no es posible conocerla". Pascal, es bien sabido, abominaba el jesuitismo por sobre todo.

Victimización aparte, la capotera a Poblete -para nada santo de mi devoción, pero el hombre merece un día en la Corte- ha vuelto pública su conexión como informante de la embajada de EE.UU. Secreto a voces pero que nadie en Chile, que recuerde, divulgara por los diarios. Era hora, más aún si consta en documentación fidedigna aunque "desclasificada", lo que asegura material comprometedor todavía en archivos complicando más el asunto. Días atrás, un angustiado columnista se preguntaba en qué podía quedar un "héroe" como Silva Henríquez si se indagaba más. Bueno, sí, para efectos de la embajada norteamericana, Poblete era el "Cardenal". A no ser que el jesuita, de resultar el embaucador que dicen que era, los haya timado a todos, además a esa otra "Compañía", la de Langley, Virginia.

¡Qué enredo!, oigo decir a lectores de esta columna. En efecto, por lo mismo dejémonos de condenar o exculpar mediante informes y opiniones interesadas, confiando el asunto a historiadores que hagan el trabajo sucio y concienzudo. Si no convencen podrán seguir otros que lo hagan mejor. En historia se emiten juicios, pero, al menos, no hay cosa juzgada.

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