Debate presidencial y el país real



Por Luis Larraín, presidente del Consejo Asesor de Libertad y Desarrollo

Es curioso lo que ocurrió con el primer debate presidencial; más allá de las performances individuales, queda la sensación de que se desaprovechó una instancia para debatir sobre cuestiones que preocupan a los ciudadanos hoy, al país real. No hubo en las intervenciones de los candidatos menciones relevantes al Covid-19, a la forma en que afecta a las familias chilenas, a la educación y al ámbito laboral, a su conexión con la crisis migratoria; a los efectos sobre el presupuesto fiscal y la inflación; a los rezagos en la atención de otras patologías de salud y las listas de espera. Tampoco énfasis en el agravamiento de la delincuencia y el narcotráfico; la sequía que afecta a varias zonas del país; en fin, a la vida cotidiana de los chilenos y el efecto diferenciador que una u otra gestión presidencial pudieran tener sobre ella.

Así, lo que se alabó por algunos como un atributo de la nueva modalidad de debate, que los candidatos pudieran hablar más y los entrevistadores menos, tuvo el efecto que los candidatos se vieran constreñidos a las preguntas y emplazamientos de editores y conductores, que reproducen la agenda política habitual en los medios; más que debatir las cuestiones que preocupan a las familias chilenas. Por ejemplo, los candidatos se vieron emplazados a decir si eliminarían el sistema de Isapres, que asegura a 15% de la población, en lugar de explayarse en sus propuestas sobre Fonasa, que cubre más del 80% de la población, o acerca de la atención en el sistema público de salud.

El esquema facilitó un enfoque discursivo simple y sin complejidades, donde tanto Gabriel Boric como José Antonio Kast tuvieron mayor fluidez y sin embargo no se vieron compelidos a explicar cómo lograrían poner en práctica su mundo teórico, un “detalle” importante como se comprenderá. Más dificultades tuvo Yasna Provoste para encontrar su espacio en el debate. Se enredó en reyertas personales que no inquietaron a sus adversarios, y en cambio mostró su ofuscación, poniendo en duda su estatura presidencial; cuando ella tenía que mostrar que ofrecía menos conflictividad que Gabriel Boric.

Sebastián Sichel sí logró interpelar a Boric sin mostrarse agresivo, pero mostró algunas dificultades en este esquema para transmitir su planteamiento, que justamente trata de escapar de los falsos dilemas con que la política tradicional enfrenta a la ciudadanía. Él debiera persistir en un esfuerzo por dar una identidad más clara a su propuesta, usando más ejemplos, postulando soluciones de sentido común distintas a los slogans de la política, eludiendo sin complejos las trampas que trata de tenderle el discurso imperante. Eduardo Artés mostró la rareza de su discurso sesentero del siglo pasado, lo que algo ayuda a blanquear los planteamientos extremos de Boric, que al menos parece vivir en este planeta.

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