El desafío de Hong Kong al régimen chino

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Manifestantes marchan para exigir reformas políticas, ayer en Hong Kong.


Las protestas en Hong Kong cumplen casi tres meses y no parecen estar cerca de bajar de intensidad. La masiva marcha del domingo de la semana antepasada, que reunió cerca de dos millones de personas, demostró que los manifestantes están decididos a seguir adelante. Las manifestaciones, que partieron en rechazo a una nueva norma de extradición promovida por la actual jefa del Ejecutivo, Carrie Lam -que fue vista como un instrumento para aumentar la intervención china y debilitar la protección del sistema judicial hongkonés-, se han convertido en un reclamo más amplio. Hoy los participantes piden, entre otras demandas, la renuncia de Lam y más democracia en esa región especial creada tras el fin del control británico en 1997 y que se rige por el principio de "un país, dos sistemas".

La creciente injerencia en los últimos años del régimen de Beijing en ese territorio -que según lo pactado con Reino Unido debe mantener su estatus especial al menos hasta 2047- ha generado una legítima inquietud, especialmente entre los más jóvenes, de perder los derechos y libertades de las que gozan por su estatuto especial.

Hasta ahora Beijing ha dejado en manos de las autoridades locales el manejo de la crisis y ha apostado al desgaste del movimiento como ya sucedió en las anteriores protestas prodemocracia realizadas en 2014. Sin embargo, los manifestantes parecen haber aprendido varias lecciones de lo sucedido hace cinco años, evitando identificar a sus líderes y organizándose en forma anónima a través de redes sociales, para evitar la represión de las fuerzas policiales hongkonesas. Ni siquiera las abiertas amenazas de las autoridades chinas, que han advertido, por ejemplo, que "quienes juegan con fuego se queman" y que no se debe "subestimar la inmensa potencia del gobierno central de China" parecen debilitar el ánimo de los manifestantes. Tampoco lo hicieron las imágenes del fuerte contingente militar desplegado en la vecina ciudad de Shenzhen por el Ejército Popular de Liberación en una abierta advertencia a los promotores de las protestas, las que se conocieron solo días antes de la masiva marcha del 18 de agosto.

Frente a ese panorama el régimen de Beijing se enfrenta a un complejo dilema. Si bien es cierto que lo que sucede en Hong Kong es una abierto desafío al presidente Xi Jinping, considerado el líder chino más poderoso desde Mao Tse-Tung, una intervención directa en ese territorio con el riesgo de revivir lo sucedido hace 30 años en la Plaza Tiananmen presenta más riesgos que beneficios y podría terminar debilitando la apuesta del gobernante chino por reforzar la influencia de su país a nivel mundial. Sin embargo, apostar al desgaste con el riesgo de que las protestas se extiendan indefinidamente tampoco aparece como una opción viable para Xi, porque terminaría afectando su liderazgo interno y podría opacar las celebraciones de los 70 años de la República Popular China, previstas para octubre próximo.

Tampoco parece estar sobre la mesa la opción del diálogo y la conciliación, lo que obligaría a ambas partes a ceder. La encrucijada, por ello, es compleja para ambas partes y agrega un elemento más al inestable escenario internacional marcado por la prolongada guerra comercial entre Washington y Beijing.

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