Desafíos para el nuevo ministro de Hacienda

Gremios empresariales expresan optimismo por arribo de Cerda a Hacienda, pero también advierten el desafío de su tarea

Pese al poco tiempo que resta de mandato, esta recta final estará caracterizada por exigentes retos en materia de recuperación del crecimiento, empleo y negociación de cruciales reformas, como la previsional.


La inesperada salida de Ignacio Briones del gabinete -para asumir una precandidatura presidencial en representación de Evópoli- ha obligado al Presidente Sebastián Piñera a designar al tercer ministro de Hacienda en lo que va de su período. La nominación recayó en Rodrigo Cerda, destacado economista quien ya cuenta con vasta experiencia en materia de finanzas públicas, pues además de haber sido asesor macroeconómico del Ministerio, también se desempeñó como director de Presupuestos.

Pese a que al actual gobierno le restan solo 13 meses y medio para concluir su mandato, esta recta final estará marcada por exigentes desafíos, especialmente en la cartera que lidera el nuevo ministro, por lo que el cargo demandará hábiles capacidades negociadoras y claridad en las metas que se quieren conseguir. Por cierto que no ha pasado inadvertido el perfil más “ortodoxo” del ministro Cerda -quien es doctorado en la Universidad de Chicago-, y en tal sentido algunas voces han planteado la interrogante de si el Mandatario ha querido enviar con su designación alguna señal a las fuerzas opositoras, en cuanto a los énfasis y la línea que seguirá el gobierno en la discusión de las reformas. Más allá de las conjeturas, la buena recepción que el nombre de Cerda ha despertado entre las distintas fuerzas políticas es una señal favorable hacia un clima de diálogo.

Probablemente el mayor desafío que enfrenta la nueva autoridad es hacerse cargo de los devastadores efectos que ha tenido la pandemia. Aun cuando las perspectivas de crecimiento para este año inicialmente eran más bien favorables, la destrucción de capacidades productivas y las dificultades para volver a crear empleos formales siguen siendo lastres potentes, en tanto que la velocidad de la recuperación ha sido más lenta, confirmando que la pandemia generó daños más permanentes. A ello cabe sumar los inciertos efectos que podría traer la segunda ola de coronavirus, en especial si ello implica otra vez la necesidad de confinamientos masivos. Será por lo tanto un año en que los agentes del mercado estarán muy atentos a los estímulos que se envíen en favor del crecimiento.

Todo ello ocurre en un contexto donde las finanzas públicas ya se encuentran estresadas producto de las masivas ayudas que ha sido necesario destinar para ir en ayuda de la población, mientras que el endeudamiento público ya se ubica en torno al 40% del PIB, un nivel no visto hace décadas. Nuevos programas de apoyo a empresas y familias parecen inevitables, pero ello deberá ser congeniado con la necesidad de empezar a recuperar los equilibrios fiscales y contener las pulsiones populistas que proliferan transversalmente.

También será relevante la señal que se envíe en materia de reforma previsional, respecto de la cual no ha sido posible alcanzar acuerdos en el Congreso, especialmente por el destino que se pretende dar a la cotización adicional que se proyecta, si destinarla a las cuentas individuales o a fondos de reparto. Como en toda negociación, las partes deberán ceder algo, pero no sería una buena señal que se consienta en fórmulas que se asemejen a un impuesto al trabajo que incentive la informalidad, desfigurando las bases del actual sistema previsional.

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