Después del liberalismo

deneen


La pasada por Chile de Patrick Deneen, autor del libro ¿Por qué ha fracasado el liberalismo?, fue muy intensa y tomó a la derecha por sorpresa. Es raro escuchar críticas tan radicales a la modernidad capitalista desde un autor que no se identifica con la izquierda. Más todavía viniendo de un profesor de una prestigiosa universidad de Estados Unidos. Y también sorprende que ellas hayan encontrado un terreno tan fértil en ese país, que hasta Barack Obama y Francis Fukuyama, entre otros connotados, se hayan sentido obligados a comentarlas.

Lo que ocurre es que Deneen y su libro son parte de un síntoma. De la sensación de decadencia política, social, económica y cultural del imperio estadounidense. Y ese proceso también nos incluye a nosotros, el mejor alumno latinoamericano de dicho imperio, al cual tomamos como modelo y horizonte de nuestra modernización. El malestar americano, en otras palabras, levanta signos de advertencia sobre nuestro propio futuro, y por ello merece ser tomado en serio.

Pero tomarlo en serio no significa convertirnos en porristas de alguno de los bandos de la discusión del país del norte, sino someter los argumentos en juego a un riguroso análisis. Y, eventualmente, volvernos parte de ella, pero con voces propias.

Las preguntas levantadas por el debate estadounidense, que incluye a varios otros autores además de Deneen, son de primera relevancia. ¿Es el liberalismo una ideología equivalente al fascismo o al comunismo? ¿Es el orden capitalista parasitario de las estructuras sociales que destruye? ¿Está relacionada la decadencia de la Iglesia católica con el haber hecho las paces con la modernidad? ¿Son compatibles la moral cristiana y la economía de mercado? ¿Cuál es la relación genealógica entre liberalismo y cristianismo? ¿Deberían los cristianos tratar de articularse como fuerza política? ¿Son realmente el mercado y el Estado fuerzas que se contrapesan, o son dos brazos de la misma máquina de dominación? ¿Es el temido populismo, en realidad, una respuesta democrática ante los abusos del poder? ¿Hay alternativas económicas al "neoliberalismo"? ¿Es pensable un orden posliberal? ¿Es la globalización un destino inexorable para las naciones, o una imposición de una nueva oligarquía mundial? ¿Estamos en un escenario de lucha de clases a escala planetaria? ¿Es la tecnología moralmente neutra? ¿Demanda el calentamiento global repensar las bases de nuestro desarrollo económico?

La situación mundial no permite que nos hagamos los tontos frente a estas dudas. Citar paparruchadas como la "defensa de la ilustración" de Steven Pinker -versión pseudoacadémica del argumento tipo "de qué se queja, si su abuelo vivía mucho peor"- sirve de poco. Es necesaria una conversación más honesta y menos partisana, y esto vale también para los conservadores. Después de todo, ganar el debate sin tener la razón, cuando se trata de asuntos como estos, vale poco y nada. Es como hacer trampa en el solitario.

Los momentos de decadencia imperial le dan la oportunidad a las provincias para decir algo, si tienen algo que decir. La pregunta es si trataremos de ponernos a esa altura en Chile, u optaremos, en cambio, por cerrar los ojos y cruzar los dedos.

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