Días del patrimonio cultural y meses de desapego



Por Mireya Danilo, académica de Arquitectura del Campus Creativo UNAB; Premio Manuel Moreno de la orden gremial del Colegio de Arquitectos de Chile

Cada año, finalizando el mes de mayo, asoma un interés y una motivación muy particular por el patrimonio cultural de nuestro país. Nos enfrentamos así, año a año, a largas filas de ciudadanos que, impelidos por conocer edificios y lugares de valor patrimonial, esperan horas y horas para poder ingresar y hacer recorridos que solo en esos días pueden ser realizados. Adultos, niños y niñas, familias, jóvenes, etc. inundan masiva y entusiastamente distintos lugares del territorio para adentrarse en espacios, sitios y atmósferas que, en general, le son ajenas durante el resto del año.

El país, a través de sus instituciones públicas y privadas, monta un escenario global y transversal a lo largo del territorio, convocando y concertando interés y deseo por valorar aquello que, durante el resto del año, puede incluso pasar casi desapercibido.

¿Qué hace que en estos dos días de fines de mayo acontezca tal interés y motivación?, ¿qué acontece los 363 días restantes del año, que se produce tal desapego por nuestro patrimonio cultural en todas sus expresiones y vertientes?, ¿es que debemos estar siempre en estado de “fiesta” patrimonial para valorar lo que debiera ser una actitud de compromiso constante y permanente, por parte de todos los actores de la sociedad?

Sin duda alguna, es necesario reconocer que, cada vez más, el patrimonio cultural concita mayor interés y surgen cada vez más voces en su defensa pidiendo y exigiendo protección legal, salvaguarda y puesta en valor; surgen cada vez más organizaciones comunitarias y ciudadanas que con fuerza y decisión plantean exigencias y denuncian la sistemática pérdida de nuestro patrimonio cultural, tanto material como inmaterial. Pero este segmento de ciudadanos es muy minoritario al momento de ejercer derechos y deberes; es notoriamente disminuido frente a las acciones de ese otro gran segmento de la sociedad civil que se ha tornado insensible, ignorante y arrogante al momento de intervenir y/o actuar sobre el territorio, ya sea en la ruralidad o en zonas urbanas.

Este otro gran segmento se ha constituido en una “aplanadora” que arrasa humedales, paisajes del agro, barrios valiosos, arquitecturas destacadas, espacios públicos de antaño, zonas ferroviarias, zonas mineras, etc. Y allí, en ese espacio de arrogancia e insensibilidad, en esa nube de pérdida de memoria y de identidad, de la valoración preferente de lo individual por sobre el bien colectivo, es donde el Estado debiera preguntarse y cuestionarse cuánto de responsabilidad tiene en este proceso de abandono, de anulación y de invisibilización de aquello que, debiendo ser reconocido como propio, termina siendo ajeno y no valorado en esos 363 días restantes del año.

Política pública “macro” es lo que necesitamos en materia de patrimonio cultural; política pública que dicte grandes y sólidos lineamientos y directrices para abordar las diversas instancias que componen este gran arco que constituye el patrimonio cultural de una nación.

Claro está que no se puede desconocer que hay unos pocos organismos del Estado que juegan un rol fundamental en la defensa y puesta en valor del patrimonio, como son el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio en su conjunto y también la Dirección de Arquitectura del MOP, ambas entidades públicas de reconocida trayectoria en estas materias.

Sin embargo, no contamos aún con una política nacional sobre patrimonio cultural que aborde todas las instancias de la administración del Estado, como son principalmente los gobiernos locales y regionales, que debiendo tener un rol fundamental en este ámbito, no están a la altura de lo que se necesita como país en estas materias.

El patrimonio cultural es tema relevante al momento de diseñar y discutir las estrategias de desarrollo regional, los planes de desarrollo comunal, los planes reguladores, entre otros instrumentos indicativos y regulatorios del territorio, sin embargo, no solo se debe escribir lo que queremos a modo de constancia, sino que también debemos actuar y concretar con acciones que vayan más allá de los deseos y abandonar de una vez la célebre frase: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”.

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