El ejemplo del tesorero de Oxford

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MANIFESTACIONES PLAZA ITALIA. FOTO: RICHARD ULLOA / LA TERCERA.08.11.2019 MANIFESTACIONES PLAZA ITALIA. SECCION NACIONAL. FOTO: RICHARD ULLOA / LA TERCERA.


Sucedió en la venerable Universidad de Oxford. Cuando los alumnos del colegio St. John ocuparon un edificio exigiendo que la universidad dejara inmediatamente de invertir en BP y Shell -dos compañías ligadas a la explotación de combustibles fósiles que contribuyen al efecto invernadero-, el tesorero del plantel decidió darles una lección de sentido común. Les explicó que no era posible vender en el corto plazo las acciones que Oxford tiene de esas empresas, pero que sí podía disponer que se apagara al instante la calefacción central a gas del colegio. "Por favor, háganme saber si apoyan esta propuesta", solicitó el funcionario a los alumnos en toma. La respuesta no demoró en llegar: "Es enero (invierno boreal) y sería peligroso apagar la calefacción", aseveraron los estudiantes. El tesorero remató: "Es muy fácil pedir a otros que hagan cosas que no suponen costo personal alguno para ustedes. La pregunta es si ustedes y otros están preparados para hacer sacrificios personales con tal de conseguir los objetivos de mejora medioambiental".

Cuánto se echa de menos por estos lados a directivos como el tesorero de Oxford. Acá vivimos la situación inversa: llenos de culpa por su antigua indiferencia a los reclamos de la gente, nuestros líderes ahora se apresuran a satisfacer los deseos de los "movimientos sociales".

Conociendo la extrema debilidad de un gobierno fracasado y de una clase política arrinconada, todo el mundo formula demandas para que pague Moya. Desde los deudores del TAG hasta los barrabravas que causan desmanes sin ser detenidos (como ocurrió el martes en el partido por Copa Libertadores en el Estadio Nacional), pasando por los saqueadores del comercio o los "primera línea", nos encontramos frente a un montón de personas que están dispuestas a que otros paguen por las consecuencias de sus actos, sin asumir ellas costo alguno.

El mal ejemplo viene desde arriba. Una muestra: está por aprobarse una reforma de pensiones desfinanciada que, según los economistas, pronto va a requerir que el Estado se endeude o que se haga una nueva reforma tributaria. Con ello se cometerá el peor pecado en el que puede incurrir una clase política: hipotecar el desarrollo futuro para evitarse problemas en el presente.

De niños nos enseñaron que los problemas se enfrentan, no se chutean. Pero nuestros políticos carecen de coraje moral, están muertos de miedo y solo parecen interesados en salvar su pellejo frente a una marea de exigencias a la que no saben poner límites ni decir que no cuando corresponde. Hemos pasado sin escalas de una élite indiferente a una complaciente. El realismo está en cuarentena, amenazado por el virus de la utopía. Si no aparecen luego líderes con la sabiduría y el arrojo del tesorero de Oxford, el despertar será amargo.

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